El asesor musical
Con una u otra denominación y con mayor o menor vistosidad la figura del asesor siempre ha tenido un puesto en los entresijos del poder. Mucho más desde que los asuntos públicos han acrecido su complejidad y los políticos han de dedicar buena parte de su tiempo y talento a vender su propia imagen. En ocasiones, incluso, esa imagen se ha nutrido en buena parte del crédito y relevancia de las cabezas de huevo que bullían en torno al gobernante. Un momento estelar de esta fauna de sabios fue el representado, entre otros ilustres, por los Theodore Sorensen, Henry Kisinger, Arthur Schlesinger, Haldeman o el venerable John K. Galbraith, que trabajaron en las órbitas de los presidentes Kennedy y Nixon. Tipos así dieron lustre al gremio y más o menos desde entonces hasta el más modesto asesor se ha reconocido en el mismo linaje, salvadas las diferencias que se quieran.
Muchas diferencia, claro está, porque con el advenimiento de la democracia en este país y la consiguiente expansión del pesebre, el perfil y circunstancia del cargo se ha ido adocenando hasta convertirse muy a menudo -y menciono de nuevo las plausibles excepciones- en una especie de 'arrecogido' con funciones muy difusas. A menudo también, sin funciones. Se trataba de habilitar un viático para el patrocinado o patrocinada por los presuntos servicios prestados. Confieso que en no pocas oportunidades me he sentido envidioso de tan descansado papel ayuno de responsabilidades, con el plus ventajoso de poder escudriñar las entretelas del Gobierno.
No obstante las críticas que se pueden y deben formular, el asesor sigue siendo un auxiliar necesario del gobernante y damos por bueno o inevitable que las nóminas se colmen con tales colaboradores. El presidente Eduardo Zaplana parece que ha cubierto su cupo y hasta se dice que lo ha recortado con respecto a las administraciones precedentes. Todo un detalle que debería de haber sido valorado por el consejero de Economía y Hacienda, Vicente Rambla, embarcado súbitamente en una política de austeridades. Pero que se haya reducido el plantel no equivale a que haya mejorado su selección y, sobre todo, su fundamento, lo que puede comportar algún que otro riesgo, como se acaba de ver.
Es el celebrado caso del asesor musical o artístico, Jaime García Morey, que estos días ameniza las páginas de los periódicos. Al parecer, este caballero ofreció graciosamente sus servicios al titular de la Generalitat y, es un suponer, fue aceptado por su condición de alicantino, por sus habilidades de vocalista y tampoco es descartable que adujese su pericia en las finanzas. No es objetable que el molt honorable se equipe con los expertos y expertas que le venga en gana. Sólo que puede ocurrir, como ha ocurrido, que la decisión sea una extravagancia. Al punto se constata que este asesor, tan barato, no servía para nada y hasta nos invita a preguntarnos acerca de la rentabilidad que esperaba de su familiaridad con esta autonomía, de la que ni el demonio sabe qué nexo cultivaba.
No es prudente ni cristiano cebarnos con el infausto asesor que citamos, pero su peripecia nos evoca una patulea de moscones que ronda la miel de Valencia y que tiene plena franquía para optar u obtener espectaculares -nunca mejor dicho- prebendas. Es el caso de José María Cano y de su ópera La Luna, ese desecho de tienta que fue amparado con nuestro dinero; o las intrigas del ventrílocuo José Luis Moreno, aspirante a la gestión del teatro en la Ciudad de las Artes; o Pilar Ferrer y su hilarante comentario semanal televisado desde Madrid, o media docena más que nos vienen a los dedos pero que no nos consta cómo han aterrizado por estos lares, esta bendita tierra de promisión.
Es evidente que en el Palau de la calle de Caballeros está haciendo falta un asesor de presidencia para seleccionar aspirantes al cargo. Igual en Madrid tienen un candidato con expectativa de destino.
FLORA Y FAUNAS URBANAS
Rita Barberá, alcaldesa popular de Valencia, ha tenido la bondad de aceptar una propuesta socialista y abrirá un diálogo con los damnificados por la ampliación del IVAM. Ya era hora. La situación de estos vecinos es un monumento al despotismo oficial cuando tantas posibilidades hay de lograr un acuerdo civilizado. ¡Falta de respeto! - Juan y Fernando Roig, empresarios, han anunciado la venta de su voluminoso paquete de acciones del Valencia CF. Su propósito es ensanchar la base social de la entidad, dando opción a los abonados y pequeños accionistas. Excelente gesto comúnmente celebrado. Lo malo del asunto es que, tal como se ha encarecido este mercado, esos títulos acaben en las manos de los acaparadores, habida cuenta de los altos precios que se pagan. Mejor dejar las cosas como están.
Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencià de Cultura, ha presentado la memoria anual y, además de poner en un brete aspectos de la política cultural del Gobierno autonómico, le ha dado un varapalo al Museo de la Ilustración y la Modernidad. Antes debió de hacerlo, cuando sólo era un proyecto disparatado. - Rafael Rubio y Ana Noguera, concejales socialistas de Valencia, se han avenido a observar una pausa en sus desavenencias. Es una paz inestable que únicamente podrá solucionarse con unas elecciones primarias. Pero, ¿y si vuelve a ganarlas la citada portavoz? Por el momento, lo único cierto es que han dilapidado el crédito que comenzaba a ganar el grupo de oposición municipal. Hay vicios que parecen definitivamente enquistados.
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