La Iglesia
Abro esta última reflexión de temporada con un cierto gusto a derrota, y por supuesto no por la notable experiencia que esta ventana abierta a la reflexión me ha representado. Un saludo, pues, a los lectores silenciosos, que hacen posible esta peculiar sinergia de pensamiento, pero también a los más activos, cuyos correos electrónicos han enriquecido la opinión expresada. Y cómo no, un apunte agradecido a los interlocutores discrepantes, cuyo estilo, mayoritariamente, ha sido de gran categoría. Si la escritura es el paisaje más irreductible que le queda a la libertad, tengo para mí que el escrito periodístico, por su inmediatez, quizá por su obligada honestidad, encierra grandes dosis de provocación, cuya efectividad sólo es real si escritor y lector mantienen una sólida sinergia. Ésa ha sido, en todo caso, la intención: provocar la libre circulación de ideas. EL PAÍS, instrumento de la palabra, lo ha hecho posible.
Decía lo de la derrota porque una, ingenuamente, tiende a pensar que aquello que intuye y teme, y por ello plasma en forma de artículo preventivo -hasta defensivo...-, está sin embargo más cercano a la especulación mental que a la realidad tangible. Como si los opinadores -hay quien nos llama intelectuales- opináramos más allá de los límites, quizá hasta más de la cuenta. Al fin y al cabo, ¿no es ésa la obligación del pensamiento, pensar transgrediendo los límites? Pero la realidad se burla con insistencia de sus propios analistas y por ello ahí está, mirémosla, riéndose de las buenas intenciones. Decía la semana pasada que la tentación de la censura, a menudo ejercida desde posturas progresistas, vive tan cerca de nuestras acciones que puede confundirse con la conciencia misma de una reivindicación justa. La presión sobre algunos programas de humor, los únicos que de momento tienen bula para hacer crítica social, empezaba a ser seria y por ello lo apuntaba. No habían pasado ni dos días y nos levantábamos con la noticia de que el CAC, órgano creado para velar por la buena salud de los media catalanes, especialmente los públicos, alzaba una petición a dos programas de humor, Set de notícies y Draps bruts, para que fueran 'más respetuosos con las creencias religiosas'. La petición, que tenía mucho de aviso, llegaba después de presiones de tal categoría que hasta hubo alguna reunión de alta curia en alto despacho. Es decir, el CAC de nuestros amores, nacido para ayudarnos a madurar en pluralidad, objetividad, neutralidad y todos esos lindos adjetivos que parece que no formaban parte del catecismo de la televisión más nostrada, cumple con su objetivo, se hincha de valentía, esfuerzo y dignidad, y... nos lanza un torpedo a la libertad de expresión. Tengo para mí que este país se ha vuelto incomprensible, o en todo caso una ha perdido el diccionario catalán-cataluña que le permitía entender alguna cosa. ¿Cómo es posible que un organismo nacido para mimar la libertad se convierta en ariete en contra de ella? ¿Cómo es posible que la Iglesia continúe teniendo tanta influencia, tantísima, que arruga incluso las intenciones más osadas? Y por último, ¿dónde va a estar la frontera? Mis queridos del CAC, hemos topado con la Iglesia, ¿con qué más vamos a topar? Con la Una, Única y Verdadera, o con todas a la vez, en un reflujo de respetuosidad religiosa que más parecerá la foto de una sociedad de siervos que la de ciudadanos libres. ¿Y qué otros lobbies van a ser a partir de ahora meritorios de más respetuosidad, es decir, intocables?
El humor o está para transgredir, para autocriticar, para hacer la parodia de los aspectos más risibles de la sociedad, o no sirve. Y lo que de ninguna manera me parece aceptable es que hasta el humor produzca miedo, porque ello significa que, bajo la excusa de lo 'políticamente correcto', lo que hemos hecho ha sido volvernos políticamente de derechas. El aviso del CAC es un aviso de derechas pensado para una sociedad que piense poco, dirigido a una televisión que haga pensar menos. Señorías, o hay libertad con mínimos aceptables, causticidad incluida, o ustedes pueden volverse a casa. Para ese viaje no necesitábamos alforjas...
Finalmente lo de la Iglesia, lindo, lindo, casi lindo por conocido, por repetido, por tradicional. ¿Qué haríamos sin la capacidad de manipulación de la Iglesia? Si forma parte de la esencia misma de nuestra historia más feudal, disco duro de la memoria colectiva. Si tenemos el honor de haber sido los primeros expulsadores de otras religiones, los primeros puros entre los puros, vanguardia de un racismo religioso que aún da frutos. Y luego esa bonita Contrarreforma que nos alejó de todos los movimientos modernos europeos y nos dejó sumidos en el different de la miseria, la represión y la ignorancia. Pioneros en la destrucción de los derechos de la mujer y, por supuesto, enemigos de la libertad de expresión, para algo tienen teléfono directo con la única verdad verdadera, su falta de sentido del humor y de respeto democrático no resulta sorprendente. La Iglesia es el último reducto realmente poderoso del pensamiento único, de manera que su actuación es coherente con su naturaleza.
Pero el CAC nació para protegernos de la Iglesia, de todas las iglesias que, aullando desde el campanario de cada cual, impidieran el simple ejercicio de la libertad periodística. Iglesias políticas, iglesias civiles, iglesias religiosas... Nació a favor nuestro, es decir, a favor de todos, y no de las islas de poder enquistadas en el caleidoscopio global. Nació para evitar la presión, no para ser su correa de transmisión...
Por eso me voy con gustillo de derrota. Porque no hay manera de conseguir quijotes nuevos para los molinos de siempre. Hace mucho que algunos no creemos en Dios, pero ¿hasta cuando nos obligarán a creer en la Iglesia? ¡Ay, CAC! Quina fila...!
Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com
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