Lo más 'bonico' de España
Un pueblo milenario, ríos, pinares y pinturas rupestres asombran a quien pasea por estos montes turolenses
Teruel existe. Y no está tan lejos como se piensa. De hecho, linda con dos lugares asaz frecuentados por los excursionistas madrileños: el parque natural del Alto Tajo (Guadalajara) y la serranía de Cuenca. A cuatro pasicos de éstos quedan Albarracín, el pueblo más bonito de España, y su sierra, que no le va a la zaga en belleza.
Encaramado en un promontorio a orillas del Guadalaviar, al amparo de una muralla kilométrica, Albarracín es un lío fabuloso de arcos y pasadizos, costanillas y callejuelas empedradas, rejas y blasones. Las ancianas casas guardan, sin conseguirlo siempre, una decorosa verticalidad, aferrándose incluso con contrafuertes a la pina ladera. Muros resquebrajados. Fachadas del color de la tierra y cubiertas de teja árabe. Algo de orgánico y muy trabajado tiene este caserío, como de viejo ejército polvoriento al cabo de mil batallas. Pero nunca hubo tales. Caso insólito, Albarracín pasó a manos cristianas por la vía de la diplomacia. Antes fue plaza árabe -moras son la torre del Agua y la del Andador, ambas del siglo X, y moro es su nombre, heredado del guerrero bereber Aben Razim-; visigoda -bajo la denominacion de Santa María del Levante-; romana... Y así, tirando del hilo de la historia, hasta llegar a los primitivos albarracinenses, cazadores, recolectores y pintores de algunas de las mejores muestras de arte rupestre levantino.
La de Albarracín es una sierra áspera, incógnita y paradójica, afortunada en ríos
La de Albarracín es una sierra áspera, incógnita y paradójica, pues, no siendo afortunada en lluvias, lo es en ríos: aquí nacen el Tajo y su afluente el Gallo, el Cabriel -tributario del Júcar- y el Guadalaviar -feudatario del Turia-; corrientes que marchan en todas las direcciones, norte, sur, este y oeste, hacia el Atlántico y hacia el Mediterráneo, haciendo de esta sierra la rosa de los ríos. Y es asimismo rica en cascadas -por ejemplo, la de Calomarde y la de San Pedro-, cañones -espectacular el Barranco Hondo, entre Tramacastilla y Villar del Cobo-, lagunas -visita obligada merece la de Bezas- y paisajes como el de los pinares de Rodeno, a las puertas mismas de Albarracín: un roquedal de arenisca roja desfigurado por miles de fisuras, grietas y barrancos, y todo él tapizado de pinos resineros (o rodenos). Si en Marte hubiera pinares, serían como éstos. Un camino que combina las bellezas de Albarracín, del agua, de los pinares y del arte rupestre es el breve tramo del sendero GR-10 -señalizado con letreros y trazos de pintura blanca y roja- que va de Albarracín al prado del Navazo.
Para seguirlo, no hay más que salir de la población por la calle de Don Bernardo Zapater, cruzar el puente sobre el Guadalaviar, atravesar el barrio del Arrabal y tirar por la carretera de Bezas para desviarse casi al instante a la izquierda por un caminito de tierra hacia una casa que se alza solitaria en el ribazo, aún no muy pronunciado, del barranco del Navazo.
Una vez rebasada la casa, el barranco se ahonda y el sendero culebrea por su húmedo lecho entre paredones descarnados de roca bermeja, huertecillos y choperas que al rato dan paso al bosque de pino resinero. Y así, como a una hora del inicio, se llega a la fuente del Cabrerizo, donde una espesa reja protege -no de los elementos atmosféricos, sino de los otros- los grabados prehistóricos de un caballo de casi medio metro y de un ciervo de 14 centímetros.
En media hora más, tras remontar la parte más abrupta del barranco, el sendero arriba al prado del Navazo, rodeado de rocas rojas como ascuas.
Aquí, flechas y letreros guían hasta diversas pinturas rupestres. La más bella y antigua, quizá del año 8.000 antes de Cristo, es la de los Toricos del Navazo: representa cinco toros grandes, cinco chicos y un ciervo, acechados por cinco estilizados arqueros, todos de color blanco. Opcionalmente, cabe continuar otra hora por el sendero GR-10 hasta el mirador de la Losilla, para mejor contemplar estos viejos montes donde los ciervos siguen campando. Y también, es lástima, los cazadores. Todo muy primitivo.
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