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Crónica:Mundiales de Fukuoka | NATACIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

La revancha del emperador

Thorpe bate el récord mundial de 200 libres y venga su derrota ante Van den Hoogenband en Sydney

Santiago Segurola

Durante el último año, Ian Thorpe ha conocido la celebridad en toda su extensión, según las reglas reservadas a una leyenda del deporte. Que sólo tenga 18 años, no importa. El chico tiene un historial que le hace merecedor al título de nadador del siglo, tal y como vaticinó hace algún tiempo Don Talbot, entrenador del equipo australiano. Esta profecía se tomó como una irreverencia para héroes del calibre de Johnny Weissmuller, Murray Rose o Mark Spitz. Pero las cosas como son, Ian Thorpe destroza los récords con bocados inimaginables. Cuando las marcas avanzan por escasas centésimas, el nadador australiano las barre de un plumazo, sin misericordia, de forma tan intempestiva que obliga a preguntarse por los límites de un atleta que se ha escapado de los márgenes del deporte. Ahora acude a la inauguración de la exposición de Armani en el Guggenheim de Nueva York, o cena con alguna famosa modelo brasileña, o disfruta de la suntuosa vida que se espera en un divo. Excepto cuando dedica su tiempo al abnegado trabajo de entrenarse, de prepararse minuciosamente para machacar los récords, sabedor de que su desafío es con la historia, y que eso significa voluntad y perspectiva. Por esa razón ha esperado un año para saldar una cuenta pendiente, la que perdió en los Juegos de Sydney frente al holandés Pieter Van den Hoogenband, el hombre que le derrotó inesperadamente en la final de 200 metros libres. Aquella derrota abrió dudas sobre la condición invulnerable de Thorpe. No habrá más preguntas por ahora. En una demostración de energía, eficacia y estilo, Thorpe abrumó ayer a Van den Hoogenband en los 200 libres, con un portentoso largo final que tuvo la cualidad de establecer la distancia entre dos planetas: el que habitan los mejores nadadores del mundo y el que monopoliza el nadador de Sydney.

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Por supuesto, batió el récord del mundo (1.44.06 minutos), después de recortar en 63 centésimas su marca anterior. En el horizonte no se observa a nadie capaz de acercarse a los límites de Thorpe. Así lo reconoció Van den Hoogenband, que aceptó los hechos con elegancia y realismo. Se dirigió hacia el australiano y le levantó el brazo para designarle públicamente como el mejor del mundo o de la historia. Eso tendrá que explicarlo Van den Hoogenband, pero en el gesto cabía todo. Era el reconocimiento al nadador que recoge en su persona la fabulosa tradición australiana, y añade unas cuantas cosas de cosecha propia. 'Es como si la genética se hubiera vuelto loca', declaró el seleccionador Talbot antes de los Juegos. No encontraba la manera de explicar algunas de las características de Thorpe. Otro entrenador australiano, Brian Sutton, lo explicó de otra manera: 'Si tuvieras que construir un Frankenstein de la natación; si tuvieran que armar un nadador pieza a pieza, entonces construirías a Ian Thorpe'. Es el asombro que causan sus enormes pies -calza el número 54-, que doblan en superficie a los de una persona normal. Es decir, cuenta con dos aletas de carne y hueso, y dos tobillos de goma para moverlas, y unos cuádriceps de ciclista de pista, capaces de proveer de una formidable energía a las piernas, ésas que 'te hacen sentir que estás nadando en el tambor de una lavadora', según dijo el nadador surafricano Ryk Neethling. Todo en Thorpe resulta difícil de homologar con el común de los nadadores. Es un atleta grande, rotundo, extraordinariamente poderoso. Y, sin embargo, ninguno es más sutil en el agua, ninguno se mueve con esa extraña cadencia que le permite deslizarse con una serenidad maravillosa, como si encontrara oposición en las leyes de la física, en la resistencia del agua, en la fatiga. Ahí radica la singularidad que coloca a Thorpe junto a las mayores leyendas del deporte: es un adelantado a su tiempo y necesita de explicaciones científicas. Por si acaso, también hay que significar su condición de formidable competidor. Puesto que se sabe superior a sus adversarios, podría sufrir el efecto de su celebridad, de la presión mediática que se ha instalado en torno a él. Pues no, Thorpe parece inmune a la ansiedad. Si acaso establece nuevos desafíos: los récords, las medallas, la derrota que necesita ser vengada.

El tambor de la lavadora Frente a Van den Hoogenband no cometió ni un sólo error. Es cierto que el holandés dobló primero en el paso de los 50 y 100 metros libres, pero siempre dio la impresión de que Thorpe llevaba la iniciativa. No sucedió como en Sydney, donde triunfó el plan del holandés, que llevó la carrera a todo trapo y aprovechó el cansancio de Thorpe, fatigado por las emociones de nadar en su ciudad, ante su gente y con un calendario devastador. Ahora Thorpe está más fuerte en todos los aspectos. Su físico se ha agrandado y su cabeza es más fría. No talonó a Van den Hoogenband, sino que se mantuvo a su altura, de forma intimidatoria, a la espera del asalto final. Y qué asalto. Tras doblar los 150 metros, Thorpe conectó el turbo, el plus que significan sus dos pies a toda máquina. Hubo marejada en la quinta calle, donde el australiano nadaba con una energía descomunal, desafiando al ácido láctico. No se puede explicar de otra manera la gesta de una nadador que cubrió los últimos 50 metros en 25,80 segundos, como si estuviera en los 100 metros libres. Había esperado casi un año para llegar a este momento, y quería producir algo mágico, 50 metros inolvidables que sirvieron para cerrar una herida y proclamar que no sólo es el mejor del mundo. Es el mejor de la historia.

Ian Thorpe celebra su victoria en los 200 metros libres.
Ian Thorpe celebra su victoria en los 200 metros libres.REUTERS

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