_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Partidos de gobierno

La Conferencia Política celebrada el pasado fin de semana por el PSOE cumplió los tres objetivos que perseguían sus organizadores. En primer lugar, la consolidación del liderazgo del secretario general y del resto de la Ejecutiva elegidos hace un año por el 35º Congreso, acontecimiento que implicó la renovación generacional del grupo llegado al poder en Suresnes hace casi treinta años. Después, la aprobación consensuada de unas resoluciones doctrinales genéricas capaces de configurar un programa electoral con vocación mayoritaria y de unas propuestas organizativas cuya ejecución queda confiada al próximo Congreso y al Comité Federal. Finalmente, el colmatado (el tiempo dirá si duradero o temporal) de las divisiones internas provocadas durante los años noventa por los conflictos ideológicos o las ambiciones personales, así como la recuperación del sentimiento militante de autoestima deteriorado por una constelación de escándalos, condenas judiciales y derrotas electorales. La satisfacción de los socialistas a la salida del cónclave estaba justificada: el logro de esas tres metas constituye la condición necesaria, aunque no suficiente, para disputar con éxito al PP -en 2003- las alcaldías y las presidencias autonómicas y -en 2004- las elecciones generales y el Gobierno central.

Las semejanzas entre la dinámica abierta por el 35º Congreso socialista y la estrategia puesta en marcha por el PSOE frente a UCD (de 1979 a 1982) y por el PP contra el PSOE (de 1989 a 1996) son evidentes. Los fracasados intentos de Borrell y de Almunia para ocupar el hueco dejado por Felipe González, cubierto finalmente por Zapatero, tienen precedentes comparables en la historia del PP: su larga marcha hacia el Gobierno entre 1977 y 1996 dejó en la cuneta a Manuel Fraga, Miguel Herrero, Antonio Hernández Mancha, Marcelino Oreja e Isabel Tocino. Y la actual ocupación del PSOE por una nueva generación cuya movilidad vertical había quedado bloqueada por el continuismo de los equipos gobernantes desde el arrollador triunfo de Felipe González en 1982 también recuerda el remozamiento de los socialistas a partir de 1974, para sustituir a la dirección del exilio, y de los populares desde 1990, para jubilar a la vieja guardia de los siete magníficos.

Por lo demás, tanto el PSOE heredero de Rodolfo Llopis como el PP continuador de Manuel Fraga cambiaron la retórica, la imagen, el programa y hasta la ideología del partido para ganar las elecciones; en una sociedad desarrollada, los segmentos identificados doctrinaria o emocionalmente con la derecha dura o con la izquierda pura son minoritarios. El PSOE y el PP no son círculos académicos dedicados a la discusión teórica sino partidos orientados a la conquista del poder cuya principal -o tal vez única- función es gobernar: centenares de dirigentes y miles de cuadros aspiran a realizar su vocación y profesión política en ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios. El olvido de los pasados agravios entre las facciones socialistas (incluídos los guerristas), la aceptación por los veteranos de la hegemonía ejercida desde hace un año por los mas jóvenes y el cierre de filas militante traslucen la renacida confianza en el futuro del PSOE y constituyen a la vez la condición necesaria para confirmar esas expectativas.

Pero la recuperación de la moral de combate del PSOE no es una condición suficiente que garantice su inmediato regreso al poder. Aunque el Gobierno de Aznar esté atravesando por una mala racha, el PP mantiene un alto grado de respaldo en los sondeos al concluir el primer año de su segunda legislatura: como diría un comentarista deportivo amigo de los tópicos, queda todavía mucha Liga por delante. También es cierto, sin embargo, que los populares muestran antes de tiempo los síntomas de anquilosamiento y de rigidez propios de una larga etapa de ejercicio del poder; sirvan como ejemplo las consignas -impartidas por los portavoces del Gobierno y recogidas por sus glosadores periodísticos- para despreciar a los nuevos dirigentes socialistas y dispensarles la benevolente condescendencia que utilizan los sabios profesores con los chiquillos traviesos. El presidente del Gobierno y sus ministros empiezan, de esta manera, a cometer el mismo error en que cayeron Felipe González y los dirigentes socialistas con el PP de Aznar: ningunear e infravalorar a sus adversarios.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_