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Reportaje:TOUR 2001 | Decimotercera etapa

'Cuando miro al espejo soy feliz'

Armstrong se siente 'mejor que nunca' y deslumbra a sus ayudantes españoles, Heras y Rubiera, por su autoestima

'Mira papá, ese señor lleva tu jersey amarillo'. El niño se llama Luke y el señor, François Simon. La noche del viernes, en el hotel del US Postal, Lance Armstrong veía la televisión con su esposa, Kristin, y su hijo de apenas dos años. Observaban el resumen de la etapa, y apareció en la imagen el entonces líder, el francés del Bonjour. El niño reaccionó enseguida, como si Simon hubiera robado el maillot. El padre de Luke ya no tendrá que oír más la frase.

No es que Armstrong sintiera la necesidad de satisfacer a su hijo. De antemano, la etapa de ayer ya estaba marcada en el calendario del Tour como la más propicia para que François Simon terminara su sueño amarillo. El relevo en el liderato ocurrió simplemente porque las fuerzas de Armstrong están 'en otro nivel', como él mismo reconoce. Armstrong dice lo que siente, y lo que piensa de sí mismo es altamente satisfactorio. 'En general, soy un hombre feliz gracias a mi familia y a mi trabajo. Cuando me levanto cada mañana y miro al espejo, soy feliz con lo que veo'. Armstrong se quiere.

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Lo dicen también los dos españoles que conviven con él en el equipo, los que aguantaron hasta Saint Lary para ayudar al americano a sentenciar el Tour 2001. Lo dice Roberto Heras, el ganador de la Vuelta que ayer apareció por primera vez en escena para devolver los favores y los esfuerzos que ha hecho su jefe por él. Lo mismo repite Rubiera, el asturiano, menos estrella pero tremendamente eficaz, fichado por Armstrong para ayudarle en la montaña y que, a pesar de que llegó al Tour con dolores en la rodilla, es el único compañero que le ha escoltado en todos los días grandes. 'Por encima de sus capacidades y de sus fuerzas', insiste Rubiera, 'me impresionan su mentalidad ganadora y su autoestima'.

Armstrong había trazado la estrategia a sus compañeros para la etapa de Saint Lary. No se trataba de repetir el monumental ejercicio de L'Alpe d'Huez, con aquella demostración de soberbia superioridad mirando fijamente las caras de los demás y haciéndoles un gesto de 'ahí os quedáis'. El Armstrong de los Pirineos quería ser más conservador. Pensaba que el US Postal debía encargarse de llevar al pelotón hasta el pie de Saint Lary y, a partir de entonces, que cada uno se las apañara con sus propias fuerzas. Sin embargo, los compañeros de Ullrich trastocaron sus planes. 'Pensábamos que nos iban a dejar la responsabilidad durante toda la etapa', explica Rubiera, 'pero llegó el Peyresourde, y el Telekom quiso llevar el ritmo'. Menos trabajo. Mejor para el US Postal. De todos modos, el resultado acabó siendo el previsto. Amarillo para Armstrong. Ullrich, como siempre, derrotado, meditabundo, hundido.

Armstrong agradeció el trabajo. 'Monstruos, que sois unos monstruos', les dijo, en su castellano de principiante. '¡Congratulations!', respondió la pareja española.

Al pie de Saint Lary primero tiró Rubiera. Luego le relevó Heras. Luego, Armstrong dio la puntilla, pensando más en Simon que en Ullrich: 'Sólo aceleré cuando me comunicaron que el líder perdía siete minutos'. Aceleró Armstrong, pero él no sufrió. Quien mejor reparó en el detalle fue Jalabert: 'Cuando me adelantó, parecía que no estaba haciendo ningún esfuerzo'. Más tarde, el americano se explicó: 'Sí, tenía la cara relajada porque me siento mejor que nunca. Pero hay que verme cuando me entreno en invierno, cuando estoy ocho horas sufriendo como un perro, entrenando en mi finca de Texas. Que Jalabert venga entonces a verme. Le diría: 'Mira mi cara, es fea. Se llama sacrificio'. A Armstrong le gusta sentirse un héroe. Un héroe con guardaespaldas: Thierry, el chinofrancés musculoso que le persigue por todas partes. Es el otro rostro de la marca Armstrong. El opuesto a Luke.

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