¿Discurso imposible?
Si hay algo que llama la atención en el discurso de investidura de Juan José Ibarretxe es su continua e insistente apelación al respeto de la voluntad de la sociedad vasca. Nada que objetar sobre ello desde una óptica democrática que convierte ese fundamento en obviedad que no tendría por qué ser recordada. Pero bien podría ocurrir que en nuestras instituciones se hiciera caso omiso de ese fundamento y que la insistencia del lehendakari se debiera a su interés por subsanar ese defecto. Si es así, bienvenido sea su recordatorio, prueba de que ha aprendido la lección y de que en esta legislatura no hará un uso tan gracioso y arbitrario de la voluntad popular como en la anterior, en la que desde su Gobierno propició la creación de instituciones paralelas para cuya puesta en marcha la voluntad popular no había sido consultada.
Mucho nos tememos, sin embargo, si su apelación a la voluntad popular no adolecerá de ese mismo defecto de arbitrariedad que ya tuvo en la pasada legislatura. En la parte de su discurso que podríamos considerar su Preámbulo, en que hace una referencia a la situación actual, nos dice: 'La sociedad vasca ha hablado. Simplemente aceptemos su palabra y respetemos su decisión. Estoy convencido de que este es el camino de solución: respetar la voluntad de la sociedad vasca'. Es curioso que utilice formas de imperativo, aceptemos - respetemos, en un acto en el que ya 'se estaba aceptando y respetando' esa decisión, un uso del imperativo que puede ser sintomático de la interpretación que él hace de lo que dijo la sociedad vasca en las elecciones del 13 de Mayo. Sospechamos que su interpretación puede ser muy generosa para sus intenciones, y que toda la parte programática de su discurso, en especial la referente al Autogobierno, trate de darle cumplimiento. Si así fuera, su insistencia en el respeto a la voluntad popular trataría de hacer comulgar a los demás con su programa, que sería expresión cumplida de aquella.
Pero lo que la voluntad popular dijo el 13 de Mayo fue que él tenía muchas posibilidades de ser lehendakari. Con claridad, no creo que dijera mucho más, pues le otorgó a su programa una confianza algo alejada de la mayoría absoluta. Pretender buscar en aquellos resultados una mayoría propicia a un cambio de marco institucional sólo puede ser fruto de mezclar churras con merinas, pues bajo el paraguas del soberanismo o del autodeterminismo se acogen concepciones muy distintas que pueden incluso ser excluyentes. El discurso del lehendakari propende, sin embargo, a buscar fórmulas de superación del actual Pacto Estatutario, fórmulas que en ningún caso concreta, sino que deja al albur de lo que puedan decidir por mayoría los representantes parlamentarios.
Lo que la voluntad popular dijo, por lo tanto, está aún por decidir, pero el lehendakari ha marcado ya unas pautas en su discurso, una estrategia que aboca hacia lo que habrá de decidirse, la superación del actual marco político, y lo hace con la convicción de que es ese el deseo mayoritario de la ciudadanía. Podría haber optado por el autonomismo, por ejemplo, pero no lo ha hecho a pesar de las apariencias, pues sus propuestas sobre el cumplimiento del Estatuto de Guernica parecen más un reto desenmascarador de la oposición y un órdago imposible para arrinconarlo definitivamente, que el eje sobre el que pivote la nueva legislatura. Lo que se ofrece a continuación como alternativa es la oscuridad misma, la oscuridad de una voluntad popular que se irá constituyendo con mayorías ad hoc en función de los proyectos que tengan visos de alcanzar mayores consensos. Y no es inverosímil que para que estos se impongan tenga que recurrir el señor Ibarretxe a los partidos constitucionalistas y no a los que son objeto de su deseo. Pues no es probable que quienes componen el resto de mayoría que a él le falta - EH - para conformar esa voluntad popular que inspira su discurso, se avengan a las soluciones que él pueda ofrecerles: una autodeterminación limitada a la CAV, por ejemplo, que arruinaría definitivamente el sueño de la gran Euskal Herria, o que haría de Navarra un nuevo Ulster de verdad y no de pacotilla. Esa puede ser la gran paradoja de la legislatura en ciernes: que al señor lehendakari acaben sacándole las castañas del fuego aquellos en quienes no había pensado al elaborar su programa ni su discurso. Un futuro de tierras deslizantes, y sangrientas, que no ha hecho más que empezar.
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