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El objeto de la disputa

Ángeles Espinosa

Dos guerras entre India y Pakistán, más de 30.000 muertos desde que se iniciara la revuelta separatista en 1989 y un estado de permanente tensión regional sobre el que pende, desde hace tres años, la amenaza de un conflicto nuclear. La historia del último medio siglo en el antiguo principado de Cachemira contrasta con un paisaje de montaña bucólico en una región cuya mayor riqueza, a falta de poder desarrollar el turismo, es la artesanía de la pashmina.

No hay petróleo ni diamantes; en realidad, no hay ninguna razón para este conflicto que ha costado tantas vidas. El absurdo alcanza su paroxismo en el glaciar de Siachen, un campo de batalla a 6.700 metros de altura, en las estribaciones de la cadena de Saltoro, donde mueren más soldados por las inhóspitas condiciones de vida que por los combates.

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En 1947, cuando India y Pakistán lograron su independencia del Reino Unido, el texto legal que les sirvió de acta de nacimiento estableció que Cachemira era libre de unirse a uno u a otro país. El maharajá, que era hindú, optó por su anexión a India pese a los deseos de una población mayoritariamente musulmana. Ésta fue la causa de la primera guerra entre ambos países a finales de aquel año y de la partición de la región.

La firma del Acuerdo de Karachi, en julio de 1949, sólo estableció una línea de alto el fuego. El problema del único Estado de mayoría musulmana en un país predominantemente hindú seguía latente, más como una cuestión de identidad que religiosa. En 1965 estalló de nuevo el conflicto, pero sólo tras la escisión de Bangladesh (1971), India y Pakistán acordaron la Línea de Control, que se mantiene hasta hoy, con presencia de un grupo de observación de la ONU. Desde entonces, India controla un 45% del territorio cachemir (ocho millones de habitantes); Pakistán, poco más de un tercio (cinco millones), y China, el 20% restante, una zona montañosa prácticamente deshabitada. Los incidentes fronterizos entre India y Pakistán se han repetido, sin embargo, dejando planear en más de una ocasión la sombra de una tercera guerra. La última vez, hace dos años cuando, tras el abrazo en Lahore del primer ministro indio, Atal Behari Vajpayee, con su entonces homólogo paquistaní, Nawal Sharif, las tropas paquistaníes cruzaron la Línea de Control y se enzarzaron en una batalla que duró 10 semanas.

Pero la verdadera sangría humana es fruto de la guerrilla separatista que desde 1989 contesta la soberanía india sobre el Estado de Jammu y Cachemira. Una docena de grupos guerrilleros lucha contra el Gobierno de Nueva Delhi y ya han anunciado que no aceptarán la división de esta región del Himalaya. Sin embargo, sobre el terreno, el cansancio de 12 años de conflicto empieza a hacer que, al menos, se debata esa posibilidad. (Desde el fin del alto el fuego unilateral indio, el pasado 23 de mayo, han muerto 400 personas, la mayoría militantes separatistas).

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A pesar de que, desde 1948, la ONU ha defendido un referéndum para que los cachemires decidan su destino, ni India ni Pakistán han endosado nunca la idea de su independencia. Nueva Delhi insiste en que la región es parte integrante de su territorio y, por tanto, no hay razón para negociar su futuro con Pakistán, al que acusa de ayudar a los rebeldes separatistas. Islamabad, por su parte, ha respaldado la autodeterminación para Cachemira en la medida en que espera que signifique su adhesión a Pakistán: en las elecciones municipales del pasado 6 de julio vetó a los candidatos que defendían la independencia o la anexión a India.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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