No puedo sufrir más
¡Qué armonía! ¡Qué plasticidad! ¡Qué belleza! ¡Qué colorido! Y eso que no lucía el sol, y eso que nos tuvimos que conformar con esa luz triste y continental de un día poco veraniego. Pero es igual, qué bella parafernalia la que envuelve la contrarreloj por equipos.
Tan conjuntados ellos, con esos cascos espaciales, con esas gafas estrambóticas, con esa especie de calcetines que se ponen, con esas bicicletas extrañas y espectaculares, con una rueda negra y otra no, o sólo un poco; con esos hierros que les salen por delante del manillar, como dos cuernos, como una barandilla donde apoyarse. Con esos uniformes tan ajustados que, por cierto, en el podio dejan entrever ciertos detalles de la anatomía de los corredores, ¿o es que soy yo el único que me he fijado? Con esos diseños tan originales, tan estudiosamente elaborados, ¡qué cromatismo!, con letras por aquí o anagramas por allí, pero eso sí, todos con el nombre y el logotipo de la marca bien visible, ya sea por delante o por detrás. E incluso desde la toma cenital del helicóptero.
¡Qué agonía! ¡Qué tortura! Debería estar prohibido. Por muy duro que sea lo que falta, no podré sufrir más que hoy, de eso estoy seguro. En una crono normal tú pones el ritmo; arrancas, coges postura, te concentras en el pedaleo y en la respiración, alcanzas tu pulso y venga, lo mantienes. Hombre, ¿sufrir?, sí claro, sufres, pero te concedes tus treguas, esa pequeña bajadita en la que pedaleas sin tensión, o esos metros antes de la frenada de la curva en los que levantas el piñón y aprovechas para coger aire. Pero aquí no, aquí no hay perdón posible. Si arrancas, y el ritmo que te ponen es superior al tuyo, ahí comienza tu tortura, porque en el peor de los casos, serán tus propios compañeros los que te manden para casa. Y claro, no has venido al Tour para eso, ¿no?
Pedro Horrillo es corredor del Mapei.
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