Una etapa con mucha miga
Al final todo se quedo en agua de mayo, pero desde luego, la etapa tuvo su miga. No fue una etapa llana, ni tampoco una clásica, algo así como una especie de Lieja-Bastogne-Lieja descafeinada, ni tampoco una de esas mal llamadas etapas de transición. No, no fue nada de esto, pero si hay algo que no fue, es una típica etapa de primera semana de Tour.
En las declaraciones de estos días, todos los favoritos para la victoria final aconsejaban prudencia. Todos querían salvar esta primera semana por encima de todo; tan temible la pintan, y razones tienen para ello, claro está, que el único y primordial objetivo es huir de las caídas, de ese fantasma que siempre acecha y que en estos días pocos terminan por no ver. Poco que ganar y mucho que perder, hibernando hasta la contrarreloj por equipos de mañana, es el lema.
Sin embargo, ayer, en ese afán de estar adelante para evitar problemas, varios de ellos encontraron su premio. Por primera vez hubo selección natural en carrera; por primera vez se impuso la jerarquía de las fuerzas, relegando a un segundo lugar la de la osadía, la ley de los codos; y todo el que paso el examen salió reforzado moralmente para estos días.
Para la especulación quedará el qué hubiese pasado si en ese selecto grupo que se seleccionó hubiera habido acuerdo. Pero no lo hubo. Porque ayer, afortunadamente para ellos, no tanto para mí, desde mi sillón, no era una clásica, era 'tan sólo', ahí es poco, una etapa del Tour.
Porque en una clásica, a ese grupo de corredores lo hubiesen visto en la meta, esperando al resto con la coca-cola en la mano, como decimos nosotros. Pero, no, esto es el Tour, y creo que hoy hay carrera, y mañana, y pasado, y dentro de un par de domingos.
Pedro Horrillo es corredor del Mapei.
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