Leyenda de un superviviente
Aunque Valencia es una plaza en la que siempre se le ha tratado razonablemente bien, el músico Ariel Rot tenía sus dudas sobre la conveniencia (o no) de presentar su último trabajo discográfico (el estupendo álbum en directo En vivo mucho mejor) en un recinto de las dimensiones de los Jardines de Viveros. Lógico. Hay que retroceder hasta los lejanos tiempos de Tequila y el último tramo de la trayectoria de Los Rodríguez para poder vislumbrar las cimas de la carrera (al menos, por lo que respecta a popularidad y éxito comercial) del argentino. En solitario, Rot sólo ha conseguido conquistar el corazón de una fiel parroquia de adoradores del clan de los argentinos (es decir, de Andrés Calamaro, Andy Chango, Sergio Makaroff y compañía) y, como mucho, incrementar ligeramente las ventas de sus discos (y hasta captar nuevos adeptos para la causa) gracias a ciertos hallazgos puntuales como el pegadizo sencillo Adiós mundo cruel o, más recientemente, el uso de uno de sus temas más populares (Mucho mejor) como sintonía de un anuncio televisivo. Ariel Rot, sin duda alguna, se merece lo mejor, pero a juzgar por el desolador panorama del pasado sábado (media entrada a lo sumo y siendo muy generosos) parece poco probable que vaya a cambiar favorablemente su suerte a corto o medio plazo. Una verdadera lástima.
Ariel Rot
Ariel Rot (voz y guitarra), Osvi Grecco (guitarra y coros), Ricardo Marín (guitarra y coros), Jacob Reguilón (bajo) y Pablo Serrano (batería). Jardines de Viveros. Valencia, 7 de julio de 2001.
Así las cosas, el argentino tuvo que conformarse con un público escaso, aunque, eso sí, bien avenido y, sobre todo, rendido a sus pies de antemano. Una audiencia deseosa de disfrutar de una tórrida sesión de rock and roll y que, por supuesto, no salió defraudada. 'No somos muchos, pero somos buenos. Muy buenos. La banda, además, está de lujo esta noche', advirtió Ariel Rot nada más arrancar la actuación. Ya habían sonado, en el tramo inicial, las preciosas Vals de los recuerdos o Al amanecer y les siguieron inmediatamente después Dos de corazones, Brumas en la Castellana ('un himno a la noche madrileña del maestro Moris', apuntó con sumo respeto y devoción hacia sus mayores) o Colgado de la luna. Y, así, entre punteos y poses chulescas saqueadas del libro de estilo del Keith Richards más canalla, simpáticos guiños de complicidad con su audiencia y sus músicos, y un entusiasmo difícil de hallar en músicos con una trayectoria como la suya (no olvidemos que hablamos de 'un superviviente', como a él le gusta definirse, que nació en 1960 y que ha vivido clamorosos éxitos, pero también espeluznantes fracasos y peligrosos paseos por el lado más salvaje de la vida), el cantante y guitarrista completó casi dos horas de concierto con inevitables paradas en el repertorio de Tequila (robustecidas lecturas de Quiero besarte, Nena o Dime que me quieres) y Los Rodríguez (Me estás atrapando otra vez, Milonga del marinero y el capitán y la mencionada Mucho mejor). Trallazos infalibles que elevaron considerablemente la temperatura de la velada.
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