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VISTO / OÍDO
Columna
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El escándalo

Me molestaba antes lo que se llamaba 'prensa de escándalo' (o 'amarilla'); toda la prensa es ahora de escándalo, pero no tiene la culpa. La vida es ya un escándalo. Sobre todo, cuando no se sabe bien lo que significa la palabra. Lo 'escandaloso' cambia de acepción, es camaleónico, circunstancial. No sé si el fiscal general es un hombre que causa escándalo por unas posiciones inicuas, por oponerse en sus decisiones a juntas de fiscales y juristas de prestigio, o lo son los juristas y fiscales por oponerse a la autoridad del representante del Gobierno en la justicia. No sé si es el ministro Piqué el que causa escándalo por esconderse bajo los pliegues de la toga de Cardenal, en lugar de dar la cara; o si es la oposición la que escandaliza a la opinión pública por acusar a un ministro tan predilecto de su presidente, por emitir contra él algunos sinónimos cultos de 'chorizo'. No sé lo que pasa con la ministra de Sanidad: hay un escándalo del aceite de orujo de oliva, pero hay personas que dicen que es una mujer sensata que advierte a los consumidores del riesgo que corren: con los corderos y los cerdos, con las vacas y el aceite. Además, hay escándalos de jueces y de indultos, de alcaldes rijosos y secretarias de dineros que debía haber y no hay. Más los de siempre: bodas y divorcios.

Me recuerda todo lo que decía Echegaray en su famosa obra sobre el escándalo (El gran galeoto): son 'miasmas sutiles', contra las que no hay manera de luchar, al contrario que contra las olas del mar con las que luchan 'brazos varoniles'. El hecho es que España, bajo Aznar, es un país de escándalos, pese a que la prensa le es adicta en casi todo y la oposición le ayude a gobernar y a ganar las próximas elecciones, lo cual podría parecer escandaloso a personas que desconocieran los grandes cambios morales y políticos que ha experimentado la vida después de González (cuando la oposición era fiera, de vocabulario hostil y enemiga de cualquier concesión: la derecha clásica con todas sus velas desplegadas). Quizá, de todo lo que pasa, esto sea lo que más me escandaliza: las connivencias, las firmas de pactos. No hay que olvidar que entre las acepciones académicas y las corrientes, el que se escandaliza puede ser el culpable: se escandaliza de hechos naturales. La idea de que sea yo el verdadero culpable me tranquiliza: es lo corriente.

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