Una diosa
'¡Cómo se sufre cantando tangos!', dijo Adriana Varela a mitad de su actuación.
Nadie duda de que eso sea verdad, pero ¡cómo se goza escuchándola a ella interpretar el tango!
Varela llegó tarde al lamento del Río de la Plata y parece mentira: oyéndola y viéndola sentirlo, decirlo, vivirlo, parece que llevara desde chica lagrimeando tangos.
Varela canta con serenidad infantil y asombro de mujer abandonada. Varela sale con su traje traslúcido y en un minuto el escenario está lleno de ella, de voz y poesía.
Cabalga los matices, expresa sensaciones con la mano, enseña sus poderes, se pone en cuclillas y pasea su palmito. Poco a poco te mete en su sueño íntimo de derrota y soledad, amor y desamor, lluvia en blanco y negro y domingos de fútbol y de olvido.
Adriana Varela
Piano: Marcelo Macri. Flauta y saxos: Bernardo Baraj. Guitarra criolla: Horacio Avilano. Guitarra invitada: Fernando Egozcue. Sala Galileo Galilei. Lleno. Madrid, 5 de julio.
Rodeada de unos músicos extraordinarios, el vozarrón templado de Adriana Varela surge de no se sabe dónde para envolver de piel un repertorio maravilloso y largo (casi dos horas), marcado por algunos clásicos irreprochables (Garganta de Arena, Malena, Pompas de jabón...); incursiones en canciones que lleva con naturalidad a su terreno (una de Sabina, algunas uruguayas...) y varios tangos nuevos que todavía no ha memorizado y lee sin disimulo en el atril.
No hay trampa ni cartón. Varela es tango desnudo. Tango invitado especial en la víscera de cada oyente. Teatro sin actriz, emoción para siempre.
Y al final la fanaticada pide otra, lanza bravos, quiere más. Y alguien grita: '¡Adriana, eres una diosa!'.
¿Y quién es el listo que se atreve a llevarle la contraria?
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