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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No va más

El fútbol se supera en colosalismo cada temporada. Si el año pasado el fichaje de Figo y la ficha de Rivaldo parecían marcar un límite, las negociaciones que el Madrid ha entablado con el Juventus para la contratación de Zidane van más allá. Es imposible saber ya cuánto vale un futbolista y, sobre todo, cuáles son los criterios para tasar tan azarosa mercancía. A un jugador ya no se le ficha únicamente porque le necesita el equipo, sino por su capacidad para generar recursos extradeportivos para el club, que por eso ha pagado lo que ha pagado por él. En el equipaje del futbolista va incluida desde la pelota, y también la camiseta y toda la indumentaria que se pondrá después del partido, hasta la página de Internet y cuanto rodea al fútbol, todo lo cual adquiere un valor tan importante o más que el propio deporte. Es una comercialización de la capacidad de producción intangible del individuo.

El socio ha dejado de ser el amo y ni el abono le da sentido de propiedad sobre el asiento. El mando a distancia tiene hoy más valor que el carné o la entrada y la mercadotecnia se impone frente a los ingresos corrientes. Apoyados en un aparato mediático con frecuencia estridente, el mercadeo acostumbra a ir por delante del juego, de manera que se compra, vende y cambia más que se gana o se pierde. Alrededor del jugador se ha reforzado una nueva clase social poco escrupulosa, que no repara en medios para inflar los precios, como se afirma que ha ocurrido en el caso de Geovanni, fichado por el Barcelona.

La inercia parece llevar hacia una privatización acelerada de la estructura del deporte, al estilo de la NBA estadounidense. La competición se ha diversificado, el número de partidos aumenta, se amplían las plantillas y el volumen del negocio crece, pero pocas veces se repara en qué pasa con el nivel del juego y con el propio patrimonio de la entidad, tanto material como sentimental, hasta el punto de que al aficionado a veces le cuesta reconocerse en el club que descubrió por la tradición oral con la que nació el fútbol.

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El fútbol español agradecerá a buen seguro la llegada de Zinedine Zidane, como síntoma de su hegemonía en Europa, pero es hora de sentarse a reflexionar y decidir si éste es exactamente el tipo de deporte o hasta de espectáculo recreativo al que queremos abocarnos. ¿Justifica el negocio unas cuotas de diversión decrecientes? ¿Vale la pena ser los mejores, convirtiendo nuestros clubes en una colección de protoselecciones mundiales? El día que estén todos en España, ¿contra quién se va a jugar?

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