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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El brote del talento

Ver -y eso ocurre en Más pena que Gloria- cómo se inunda una pantalla con un brote de ese algo tan difícil de atrapar conceptualmente que llamamos talento, la escurridiza forma de elocuencia que nos hace distinguir instantáneamente la voz del eco, es un espectáculo impagable, hecho de puro zumo de vida y que sucede muy de tarde en tarde en el cine. Nacen en este salto desde la nada a la luz -y eso es Más pena que Gloria- una voz hasta ahora callada y una mirada hasta ahora apagada; y lo que era un vacío de conocimiento adquiere así plenitud de evidencia. El signo del talento no nos trae el soplo efímero de lo que huele, o apesta, a moda, sino que nos devuelve una vez más lo ya dicho por enésima vez, que es la inagotable evidencia de los vuelcos de la vida, de sus esquinas íntimas, y eso es lo que ocurre en Más pena que Gloria.

MÁS PENA QUE GLORIA

Director: Victor García León. Guión: Jonás-Groucho. Intérpretes: Biel Durán, Bárbara Lennie, Manuel Lozano, F. Conde, Pilar Duque, María Galiana, Enrique San Francisco, Alicia Sánchez. España, 2001. Genero: drama. Duración: 91 minutos.

Es en efecto eso lo que ocurre si se afila la mirada y -bajo las imprecisiones caligráficas de los aprendices que hicieron este sabio filme- se adentran los ojos en la zona oscura, el subsuelo que sostiene el andamiaje del recto, y penetrante como un dardo, juego de evidencias que se conjugan en Más pena que Gloria, inteligente, dura, a ratos durísima, película adulta hecha por gente primeriza que, dueños de audacia y coraje, se salen de sus bordes, atraviesan sus limitaciones y, sin cubrirse las espaldas, exploran el territorio de lo ilimitado, que es el de siempre, el de los comportamientos -una vez más, los mismos; y por ello siguen inéditos- de la gente común en lucha consigo misma.

Es Más pena que Gloria un vuelo imaginario de gran altura, porque ocurre a ras de tierra, en el abrupto territorio de la verdad. Relata sucesos y emociones universales, de todos. Hay humor y pesimismo, luz y negrura, amor y dolor, en esta, a veces inexperta pero siempre totalmente emocionante, representación del empuje y del batacazo de vivir. Hay fiereza y viveza en los bocetos de personajes viejos -el profesor de gimnasia, la abuela, el cura, el profesor de literatura, el padre, la dentista, la madre- y parte esencial de la precisión de los personajes jóvenes viene por irradiación de aquellos.

Porque hay vísceras, engranaje, interrelación entre gentes, situaciones, sucesos, gestos, réplicas, comportamientos en la escritura y la puesta en pantalla de tan vivo filme. Hay espíritu, fuerza unitaria, en las piezas de un mecanismo en el que el guión se funde con sagaz humildad en la película y el director es realmente tal, un foco de energía aglutinadora libre y contagiosa, creadora por ello de estilo. Hay verdad en la dureza de la escena de los protagonistas en la oficina de la sexóloga. Hay humor y horror en la imagen-puñetazo donde el muchacho inicia un irónico y feroz rito suicida con un condón.

Es todo aquí una gran bocanada de cine libre, de cine adulto hecho por muchachos que probablemente han dejado de serlo mientras hacían este esfuerzo introspectivo, que hay meter entre lo más vivo del cine español reciente.

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