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'¿Cómo puede un avión desaparecer de las pantallas?'

El aeropuerto de Mallorca fue una 'cárcel de cristal' para miles de turistas atrapados por la huelga

Miquel Noguer

El aeropuerto de Palma de Mallorca amaneció ayer convertido en un grotesco hotel. Cerca de 8.000 personas tuvieron que dormir, o por lo menos lo intentaron, en los pasillos, las salas de espera y hasta en los jardines colindantes. La huelga de conductores de autobuses les hará recordar muchos años estas vacaciones. 'Nunca habría pensado acabar de forma tan lamentable mi estancia en España', explicaba con sorna Arnie Lien, un ciudadano noruego cuyo avión ya acumulaba 20 horas de retraso.

No ocultaba cierta vergüenza, pues estaba esperando su vuelo en bañador, sombrero playero y con el agua de una fuente hasta las rodillas. 'Es mi último día de playa', apostilló, haciendo gala de un sentido del humor que ayer le evitó un ataque de nervios.

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La imagen de los jardines convertidos en playas improvisadas y llenos de basura ya no extrañaba a nadie: en Son San Joan nada era normal. Todos los vuelos retrasados, los vestíbulos llenos de basura, los bares casi sin comida y un panorama desalentador en los accesos. La huelga y los retrasos que comportó convirtieron las modernas instalaciones del aeropuerto un una ratonera. Una auténtica cárcel de cristal.

Los conductores en huelga continuaban en los accesos impidiendo la entrada de cualquier vehículo sospechoso de transportar turistas. Sólo los taxis escapaban del control, aunque parecían llegar con cuentagotas. A primera hora de la mañana, la cola para tomar un taxi superaba los 200 metros. O lo que es lo mismo, cuatro horas de espera mientras amanecía.

Ante esta situación, cualquier persona que se presentaba con su propio coche en las inmediaciones del aeropuerto recibía interesantes ofertas para transportar turistas. A media mañana, el viaje hasta a Palma se cotizaba a 10.000 pesetas. Pese a la amenaza de los piquetes, algunos hicieron el negocio.

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Los turistas no salían de su asombro. Cuatro chicas inglesas montaban guardia en medio del vestíbulo acostadas sobre dos colchones inflables. Catherine, la única que tenía ganas de hablar, se lo tomaba medio en broma. 'Llegamos aquí a las cinco de la tarde de ayer'.

Desde entonces habían pasado 17 horas y ningún presagio auguraba que el panorama fuese a mejorar. Esperaban un vuelo con destino a Londres del que nada sabían desde la noche del sábado. Las cuatro chicas malgastaron su último día de vacaciones encerradas en el aeropuerto. Cada una había pagado religiosamente 370 libras (unas 107.000 pesetas) por una semana de descanso en una playa atestada de compatriotas. No se sentían decepcionadas, pero sí asombradas de la situación. '¿Cómo puede un avión desaparecer de las pantallas?'.

Su avión no estaba desaparecido, simplemente fue una víctima más del cierre parcial del aeropuerto decretado a media mañana. La dirección entendió que, si seguían llegando 30 aviones por hora y los pasajeros no podían abandonar el aeropuerto, podía encontrarse con un problema de orden público.

La solución fue denegar solicitudes de aterrizaje y permitir únicamente la llegada de cinco aeronaves cada hora. La medida perjudicó a otros aeropuertos europeos, pero al menos se alejaba el problema.

El objetivo era dar una tregua a los taxistas que hacían viajes sin cesar para aliviar las colas. Uno de ellos, Antoni Company, admitía estar haciendo el agosto. 'Ayer trabajé más de trece horas y hoy haré lo mismo; no para de llegar gente'. Los taxistas cerraron acuerdos con los turoperadores que tenían que garantizar la llegada de los turistas al hotel. Para conseguirlo, se gastaron millones.

El responsable de uno de los grandes turoperadores alemanes admitía haber desembolsado 30 millones de pesetas en un solo día para pagar los taxis de sus clientes. A mediodía el caos remitió. La cifra de turistas atrapados se redujo a 6.000. Pero sólo era una tregua. A primera hora de la tarde se incrementó la frecuencia de vuelos, y el consiguiente colapso, aunque a las 19.30 sólo habían operado 348 de los 706 programados.

El resultado fue un incremento del nerviosismo. Caras largas entre los turistas y sudor frío entre los que tenían que atender a pasajeros. La responsable del mostrador de información de salidas no hacía más que dar malas noticias mientras intentaba sonreír. 'Lo siento pero todos los vuelos internacionales llevan retraso', repetía una y otra vez.

Su compañera de la terminal de llegadas tampoco sabía cómo explicar que el aeropuerto estaba bloqueado. 'Intenten coger un taxi, pero ármense de paciencia'. Entre los que esperaban, personajes de todo tipo, incluido el cantante King África, al que lanzó a la popularidad su versión de La Bomba.

En los mostradores de los turoperadores, la crispación era tal que más de una azafata temió por su integridad. Decenas de alemanes y británicos tostados al sol pedían explicaciones sobre el retraso del vuelo que debía devolverlos a su país. '¡Ustedes son unos estafadores, si no saben qué hacer con nosotros llévennos de nuevo al hotel!' gritaba sin contemplaciones un hombre harto de esperar. La azafata se limitaba a pedirle calma mientras reiteraba a sus compañeras que no dejaran de suministrar bebidas y galletas a los turistas. No se le ocurría otra forma de aplacar los ánimos.

Los periodistas tampoco eran bienvenidos. Los turistas alemanes pedían más contundencia a los informadores españoles. '¿Cómo pueden permitir esto?' Los británicos se relamían los bigotes con los ataques que los diarios sensacionalistas lanzaban contra las autoridades españolas en general y los impulsores de la huelga en particular.

El rotativo Sunday Mirror era tajante en sus juicios. El líder sindical de los conductores de autobuses, José Benedicto, y 'su banda', en referencia a los huelguistas, no salían bien parados. Después de reprocharles que la huelga estaba echando a perder las vacaciones de miles de 'británicos trabajadores' le advertía de futuras represalias. 'El señor Benedicto está mordiendo la mano que le da de comer', sentenciaba el editorial.

Viajeros atrapados en Son Sant Joan, durmiendo en el vestíbulo.
Viajeros atrapados en Son Sant Joan, durmiendo en el vestíbulo.CARLES RIBAS

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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