_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mercadillos de droga

J. J. PÉREZ BENLLOCHEsta semana, como las pasadas y las que nos esperan, algunos vecindarios de la capital se han echado a la calle para protestar por el mercadeo de la droga en sus barrios, víctimas de esta pandemia en un momento u otro y con distinta intensidad. No hay vacuna que nos libre de tal agobio. En esta ocasión, el palo de la gaita ha correspondido a las gentes de Mislata, agobiadas por el trapicheo que bulle en ciertas de sus zonas urbanas y, especialmente, en el viejo cauce del Turia. El mismo tráfico, es de suponer, que antes se asentó en el entorno del Portal de Serranos o en Campanar. Se trata, como es sabido, de un bazar móvil, portentosamente adaptado al terreno y hasta protegido por una suerte de permisividad (¿o será impunidad?) que garantiza no solo su prosperidad sino también una larga vida.

Aunque el apunte anterior rezume fatalismo, la verdad es que sería temerario pensar que es de todo punto inútil la rebelión de los vecinos damnificados. A la postre, son los únicos que obligan a mover las posaderas a las fuerzas del orden, a las autoridades gubernativas e incluso a los políticos, tan angelicales ellos. Unas pocas palabras oficiales y promisorias, con altas dosis de solidaridad gratuita, contribuyen cuanto menos a levantar el ánimo del personal y a preparar la próxima protesta. ¿Qué otra cosa puede hacerse ante este aluvión de dinero y necesidad?

Bueno, sí, podría legalizarse con determinadas condiciones y desactivar la ingente masa monetaria que circula, y hasta podría moderarse la actividad delictiva que genera, pero esta obviedad tiene todavía visos de herejía y son muy pocos los titulares del poder que la explicitan sin ambages. Entre otras cosas porque, al margen de una buena dosis de cinismo, no han tenido la menor curiosidad para contrastar sus propias certezas con las reflexiones del profesor Antonio Escohotado, pongamos por caso, tenaz clarificador de un problema que se nutre a partes iguales de interés -el de quienes lo exprimen- y de hipocresía, que son todos aquellos que lo condenan y únicamente recurren a remedios represivos de todo punto utópicos o epidérmicos.

Y mientras, tal como acontece, los vecinos cabreados se aclaman a los gobernantes, los mercaderes transmigran de un lugar urbano a otro con su avío criminal a cuestas, provistos cada día de instrumentos y métodos más ingeniosos para disimular su mercancía y facilitar la cita con sus clientes. Testigos somos, y no en exclusiva, de la eficiencia con que la fauna dromedaria, los llamados 'camellos', utilizan la telefonía inalámbrica, establecen sus puestos de vigilancia, esconden el surtido y proveen a los compradores. En este apartado, y últimamente, goza de predicamento el uso de la bicicleta, ese trasto rápido, silente y ligero que fue decisivo para la victoria de los vietnamitas y cuya utilidad sigue reiterándose a diario en la distribución ciudadana de estupefacientes por Ciutat Vella, marco endémico para este negocio.

El lunes pasado, en estas mismas páginas, mi colega Lydia Garrido relataba con precisión y admirable viveza cómo se desarrolla el mercadeo de la droga en su nuevo, o no tan nuevo, emplazamiento de Mislata. A la postre, el trajín que cunde entre los carrizales del viejo cauce no es muy distinto al de otros parajes capitalinos, incluida la familiaridad, no exenta de mortificación, con la que los agentes del orden asisten a la ceremonia. '¿Qué podemos hacer?', alegan. Pues eso, darse un garbeo y hacer como si se hace para que esta ficción sirva de consuelo al personal zaherido por tan penosa y sobrevenida vecindad. Incluso cabe la esperanzada posibilidad de que, bien sea por la presencia, bien por imperativo de una mejor oportunidad, el circo mortal emigre a otro paraje o regrese a los antiguos, acerca de los cuales podríamos reproducir estas líneas con sus mismas tintas. Y vuelta a empezar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_