_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Moldavia

Cuando mencionaron Moldavia, reconozco que tuve que hacer un esfuerzo mental para situarla bien en el mapa. Sabía que era una de las republicas desgajadas de la antigua Unión Soviética, una de las que se encuentran más al sur. No fui capaz, sin embargo, de pronunciar correctamente el nombre de su capital, Kishinev, y tampoco me vino a la cabeza un solo monumento ni un acontecimiento histórico que me situara en aquel territorio. En el colmo de mi ignorancia, lo único que acudió a mi memoria fueron unos personajes de Tintín, que supuestamente eran moldavos, y alguna mención puntual en películas de terror. Eso fue todo lo que mis pobres neuronas pudieron recopilar de esa pequeña república que, a buen seguro, tendrá parajes maravillosos y un considerable patrimonio histórico y cultural.

Lo peor es que, con ser paupérrimos, sospecho que mis conocimientos no eran inferiores a la media nacional. Ahora y desde hace diez días, Moldavia figura en la mente de los ciudadanos de Madrid como ese país siniestro en el que nació Pietro Arcán Petro, el tipo que el miércoles 5 de junio mató presuntamente al abogado Arturo López Castillo, hirió a su esposa y a su hija mayor y agredió sexualmente a la hija pequeña.

Al margen de la atrocidad que supone el destrozar por completo a una familia con esa cascada de actos criminales, este ciudadano moldavo de 23 años ha puesto en evidencia unos cuantos agujeros de nuestro sistema. Para empezar, el tal Pietro campaba por sus respetos en la región, a pesar de poseer un currículo delictivo como para no perderle de vista ni un solo minuto. En él figuraban nueve antecedentes policiales, en su mayoría por robos con intimidación y violencia. Le habían detenido en Toledo, en Coslada, en Guadalajara y en Colmenar Viejo, y en todos los casos por atraco. Cuando en mayo de 1999 pisó por vez primera un comisaría española, le fue abierto un expediente de expulsión por incumplir la Ley de Extranjería, expediente que paralizó una orden judicial al ser arrestado cinco meses después por perpetrar varios robos. Es decir, que sin llegar a pisar la cárcel, la comisión de nuevos delitos le proporcionaba paradójicamente una situación administrativa en la que podía moverse libremente sin la amenaza de ser expulsado del país. Un fallo en el sistema que ya nos tiene dados muchos disgustos, a pesar de lo cual nadie pone remedio alguno. Pietro Arcán se permitía el lujo de vivir tan ricamente en Coslada, donde era sobradamente conocido por su mal carácter, por rastrear las ventanas de los vecinos en busca de mujeres con poca ropa, y por presumir conduciendo coches robados. Así se lo montaba ante nuestras narices un tipo al que Interpol buscaba desde hace más de un año, acusado de asaltar, robar y matar al propietario de un chalé en Rumania. El motivo por el cual la policía española no tuvo conocimiento de esa orden de detención hasta un día después del crimen de Pozuelo es otro de los boquetes memorables de coordinación que el caso ha dejado al descubierto. También ha quedado en entredicho la eficacia policial al resultar tan poco efectivas las llamadas al 091 que la mujer del abogado asesinado realizo pidiendo auxilio la noche de autos.

Calificar de brillante la actuación del cuerpo por haber detenido al criminal cuando en la casa quedó un cadáver y tres mujeres maltrechas resulta casi un sarcasmo. Un cúmulo de despropósitos que incrementó generosamente el delegado del Gobierno en Madrid al referirse a la necesidad de contratar seguridad privada. De todas las declaraciones que pudo realizar para salir al paso ésa fue la más torpe e inoportuna, y bastantes chaparrones le han caído ya por ellas. Lo cierto es que desde que se cometió el crimen de Pozuelo la demanda de seguridad privada se ha disparado en las urbanizaciones de los alrededores de Madrid. Más sorda y preocupante es la reacción que este suceso ha provocado entre aquellos que tienen inmigrantes ocupados en el servicio doméstico. Lo ocurrido no hace sino reavivar las actitudes de recelo y desconfianza con quienes se ganan la vida honradamente. Es, de igual modo, una valiosa munición para quienes disparan con cualquier zafio argumento contra la inmigración logrando que paguen justos por pecadores. Moldavia merece ser recordada por algo mejor que el asesinato de Pozuelo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_