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Reportaje:RÍO DULCE | EXCURSIONES

La miel de las alamedas

Un paseo por las hoces y arboledas que surca este afluente del Henares cerca de Sigüenza, en los confines de la Alcarria

Los que saben de árboles no tienen claro si los del género Populus (álamos y/o chopos) recibieron tal denominación de los romanos, luego adoptada por los científicos, por ser muy populi -del pueblo, populares- o por la agitación de sus hojas, en cuyo caso vendría de palpulus, voz relacionada con palpitare. Tampoco se aclaran sobre cuál es el nombre común que más les conviene, chopos o álamos, que los entendidos aplican a cada una de sus distintas variedades sin aparente criterio. A nosotros nos gusta más álamo: es palabra más alta, más grácil, casi alada. Chopo es término parco, oscuro, como arcaico. Decimos chopo y sólo vemos a Iríbar.

Decimos álamo, en cambio, y se nos queda en la boca un dulzor como de miel. Tal vez sea porque del color de la miel se pintan las alamedas en primavera temprana y otoño, y dulce como la miel nos sabe su sombra en el rigor del estío. O tal vez sea -y esto es lo más probable- porque hemos pasado momentos muy gratos paseando las alamedas del río Dulce: un río éste, afluente del Henares, que, a pocos kilómetros al sur de Sigüenza, hiende las parameras de los confines de la melífera Alcarria en una sucesión de hoces o gargantas en cuyo fondo yacen olvidadas del siglo las aldeas de Aragosa, La Cabrera y Pelegrina. Hoy regresaremos en su busca.

Desde el villorrio de Aragosa, que queda a medio camino entre la carretera N-II y Sigüenza, vamos a echarnos a andar río arriba por la prolongación de la calle principal, siguiendo una pista de tierra que rebasa pronto el camposanto y discurre a la sombra de plantaciones lineales de álamos negros, cuya madera se aprovecha para fabricar papel. A una hora escasa del inicio, nos adentraremos -guiados por el rumor del Dulce- en un congosto delimitado por paredes verticales de roca caliza.

Poco después enhebraremos el caserío de los Heros y, cumplidas dos horas de marcha, llegaremos a La Cabrera, un pueblecito que hogaño sólo registra la actividad de una piscifactoría -donde las truchas se crían en las linfas dulces y carbonatadas de un vecino manadero-, pero que hasta hace poco fue animado jalón de la Cañada Real Soriana Oriental, por la que ovejas y pastores pasaban (y ustedes disculpen) apretando el culo.

La razón de que así lo hicieran es que, a mediados de los años setenta, el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente eligió un paraje situado poco más arriba -la llamada hoz de Pelegrina, que luego veremos- para rodar algunos de los capítulos de su Fauna ibérica. Por aquel entonces, la trashumancia estaba ya de capa caída, pero, aun así, los últimos pastores debieron de llevarse las manos a la boina al enterarse de que cerca andaba Félix bailando con lobos. ¡El atávico enemigo, actuando cual corderito de Norit en plena cañada! ¡Cosas veredes, Sancho!, exclamarían los más leídos.

Cruzando el río en La Cabrera por un puente de piedra, y volviéndolo a cruzar por un vado que se presenta no más pasar el pueblo, proseguiremos por la margen derecha del Dulce, al que ahora veremos culebrear por una dilatada vega, salpicada de panes y encinas. En otra hora -y van tres-, arribaremos a Pelegrina. Aupada está esta aldea sobre un cerro picudo, con las ruinas de su castillo roquero -antaño lugar de vacación de los obispos de Si-güenza- y su iglesuela del siglo XII, de hermosa portada románica.

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Aquí da comienzo la hoz más espectacular del Dulce. De hecho, muchos perezosos se ahorran los 12 kilómetros anteriores y, yendo cómodamente por carretera hasta Pelegrina, andan sólo los dos restantes, remontando el río hasta el final de la pista entre álamos, sauces, cerezos, nogales y paredones verticales.

Al cabo del camino, se impone vadear de nuevo el río para admirar, a manderecha, el encajadísimo curso de su afluente el barranco Gollorio. Si le place al Altísimo que llueva, lo veremos precipitarse en una bella cascada, otra de las dulces sorpresas de este confín de la Alcarria.

Sombra en verano, color en otoño

- Dónde. Aragosa dista 114 kilómetros de Madrid y 56 de Guadalajara, capitales desde las que tiene rápido acceso por la carretera de Barcelona (N-II), desviándose por la C-1101 (antigua C-204) en dirección a Sigüenza. Si viajamos en más de un vehículo, podemos dejar por la mañana un coche en Pelegrina para ahorrarnos la vuelta a pie hasta Aragosa al final de la jornada. - Cuándo. Marcha de cuatro horas -14 kilómetros, sólo ida-, con un desnivel acumulado de 100 metros y una dificultad baja, siempre y cuando se cuente con un vehículo de apoyo en Pelegrina. Si no es así, se transforma en una ruta de 28 kilómetros, más adecuada para ir en bici que andando. Las alamedas ofrecen sombra en verano y un espectáculo de color en otoño y principios de primavera. - Quién. José Luis Cepillo, Francisco Ruiz y Juan Madrid son los autores de Andar por cañones y barrancos de Guadalajara (editorial La Tienda; teléfono 91 534 32 57), guía de senderismo en la que se describe este mismo itinerario, sólo que en sentido inverso. - Y qué más. Cartografía: hojas 22-18 (Sigüenza) y 22-19 (Ledanca) del Servicio Geográfico del Ejército, o las equivalentes (461 y 487) del Instituto Geográfico Nacional, todas ellas a escala 1:50.000.

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