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La era de los hijos más deseados

La reflexión sobre la baja tasa de natalidad de Cataluña se ha instalado en el debate político y social. No son nuevas las prédicas sobre la necesidad de tener más hijos. Hace poco Jordi Pujol regañaba a los jóvenes por su hedonismo y sentenciaba que tener hijos no se valora tanto como hace 30 años. Pujol añora una realidad social que nunca volverá y además se equivoca: la actual es la era de los hijos más deseados.

La estructura de la familia ha cambiado, como ha cambiado la organización social. Antes, emparejarse y tener hijos era una secuencia revestida de gran automatismo: era lo que había que hacer y se daba en el seno de una estructura familiar hegemónica con las funciones bien delimitadas. Se trataba de que el varón se emancipara pronto, con un trabajo estable, y se casara. Entonces la familia fundada emprendería la búsqueda de descendencia. El varón procuraría el sustento y la mujer proveería el cuidado de la familia, retirándose de los espacios de vida social y del trabajo remunerado fuera del hogar.

Las cosas han cambiado, y mucho. Los jóvenes se emancipan más tarde. Con empleo inestable, la incertidumbre respecto al futuro es grande. Y conseguir una vivienda adecuada -en propiedad o en alquiler- para desarrollar una familia es tarea compleja; al menos, hasta que la inserción en el mercado de trabajo adquiere un cierto grado de estabilidad y remuneración. A menos, claro está, que el patrimonio familiar resuelva estos detalles.

Eventualmente, la gente se emancipa y se empareja. Pero la búsqueda de hijos ha perdido el automatismo que años atrás avalaba el entorno social y cultural. Muchas parejas (¿la mayoría?) han superado la especialización funcional del tipo varón en el mercado-mujer en el hogar. Una sociedad más desarrollada ofrece más espacio a la idea de familia como acuerdo de convivencia para el desarrollo personal -con autonomía- de ambos miembros de la pareja. Por eso, ha quebrado el retraimiento social de la mujer, requisito indispensable para el automatismo de la natalidad.

Tener hijos ya no es una misión, sino una opción. Es bueno; cuando elegimos, nuestras acciones suelen ser más consecuentes con nuestras decisiones. Ahora se puede optar por un desarrollo personal sin hijos, sin que acarree estigmas sociales o culturales. Y precisamente por eso, estamos en la era de los hijos más deseados. Comprenderlo es necesario para entender que al fomento de la natalidad no le sirven prédicas nostálgicas de valores morales del pasado, sino políticas públicas concretas que favorezcan la elección de tener hijos.

La relación completa de factores que influyen en la natalidad es muy larga. El que tiene mayor impacto es la compleja relación entre maternidad y mercado de trabajo. La situación de la mujer en éste continúa reflejando desigualdad de sexos. Por un lado, subsisten diferencias salariales con los hombres. Por otro, son muy elevadas las diferencias entre hombres y mujeres en participación en el mercado laboral y en nivel de paro. Datos del Consejo Económico y Social para 1998 indican que las españolas de 20 a 44 años sin hijos tienen una tasa de empleo del 67%. Las españolas de igual edad con hijos de hasta cinco años tienen una tasa de ocupación del 40%, la más baja de la UE y casi 20 puntos por debajo de su media.

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La evidencia es clara: para muchas mujeres las responsabilidades familiares implican la retirada del mercado de trabajo. El modelo mediterráneo de Estado de bienestar tiene un gran componente familiar: los costes de criar niños y de cuidar ancianos son responsabilidad privada. En el centro y el norte de Europa el compromiso colectivo es mayor: ayudas al cuidado de niños, atención social a los mayores, etcétera. No es casual que muchos países de la UE tengan tasas de actividad laboral femenina y de natalidad muy superiores a las españolas. Es una cuestión de elección social: allí criar niños y cuidar mayores son tareas compartidas colectivamente, y las mujeres pueden compatibilizar mucho mejor la elección de tener hijos y la de continuar en el mercado de trabajo.

Cuando una mujer ha de dejar el trabajo remunerado se crea un problema grave. Acabada la etapa de dedicación familiar a tiempo completo, la mujer puede haber quedado fuera del mercado: será difícilmente empleable aunque quiera regresar. Esto limita la igualdad de oportunidades, la capacidad de crecimiento de la economía y la libertad de elección de muchas mujeres y familias en el trabajo y en la natalidad.

Urge ampliar las políticas de familia y renovar su diseño en España. Los recursos destinados a ayudas familiares son, según se mida, entre cuatro y siete veces inferiores a la media europea. Además, las ayudas se concentran en fórmulas que benefician más a quienes menos las necesitan y que no guardan relación con la posición de la mujer en el mercado de trabajo; un ejemplo claro son las deducciones por hijos en el IRPF. Por el contrario, la política de ayuda a la familia ha de hacer más compatibles las responsabilidades familiares (que aún recaen sobre la mujer en una proporción desmesurada) y la permanencia en el trabajo. En suma, se trata de mejorar las posibilidades de elección de las mujeres y las familias, ensanchando los grados de autonomía para su desarrollo personal.

Germà Bel es catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona y diputado del PSC.

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