Un jurista independiente
En noviembre de 1969 asistimos a la primera lección de derecho penal de don Marino Barbero en la Universidad de Valladolid. Los alumnos le seguimos a ella con el interés y la expectación que había despertado la noticia de su condición de liberal comprometido que acompañó su viaje de Murcia a la vieja ciudad castellana. En la breve reseña de un semanario universitario de la época se decía que era el único catedrático que no había jurado los principios del Movimiento y que a los pocos meses del fusilamiento de Grimau pronunció su lección de incorporación al claustro de la Universidad de Murcia con un alegato contra la pena capital. Nadie quedó desengañado: superando el lenguaje esopiano de la época, brochazo a brochazo, que cortaba el aire del aula de grados de la facultad, fuimos transportados desde el Código Penal hasta el penal de Carmona para acompañar a Julián Besteiro en la hora de su muerte y aprender la primera palabra en lengua alemana, Freiheit, cuya sola expresión en castellano resultaba francamente sediciosa y emocionante: libertad.
La obra científica de don Marino se proyectó siempre sobre la política del derecho penal. No podía soportar el limitarse y refugiarse en disputas sobre la posición del dolo y las estructuras lógico-objetivas. Por eso, sus publicaciones lo fueron siempre sobre asuntos de utilidad y fue casi siempre pionero: contra la pena de muerte, contra la Ley de Peligrosidad Social, contra la impunidad de los delincuentes económicos, la responsabilidad de los menores, las drogas, las manipulaciones genéticas, y siempre desde un bagaje de cultura profunda, de historia, de arte, de respeto a los clásicos y con un exquisito respeto por la libertad de los demás.
Su independencia y su compromiso con las libertades le causaron problemas e incomprensiones. Así, obtenida en 1975 la cátedra de la Universidad Complutense, la cátedra de Jiménez de Asúa, nos decía emocionado, su nombramiento fue retenido de modo injustificado por el ministro de turno.
El compromiso con quienes estábamos próximos a él, con nuestra carrera académica, es algo que ninguno de nosotros tres podemos olvidar; era la figura, hoy por muchos relegada del maestro, que enseña no sólo una materia, sino también una actitud ante la Universidad y ante la vida. Baste el recuerdo de un ejemplo: cuando en el año 1974 uno de nosotros se postulaba para ayudante y el rector le hizo saber que no sería contratado por razones políticas, ni corto ni perezoso despachó un oficio por el que le comunicaba, que de producirse esa arbitrariedad, ¡renunciaba a la cátedra! Y como sabían que lo haría, se hizo el contrato.
Por ello, no nos asombró que renunciara a la condición de magistrado del Supremo cuando el Consejo del Poder Judicial le negó el amparo y le sustrajo con ello la libertad e independencia material que todo juez necesita. Cuando alguno aludió a la inminente mejora del 'estatuto' de los magistrados del Tribunal Supremo, nos espetó: 'Ustedes saben que en la vida, y por cuestión de principios, ya he renunciado a cosas más importantes que a tres veces el sueldo de catedrático'. Dicho y hecho. En realidad, pareciera que ha esperado para morir a conocer la sentencia del Tribunal Constitucional del pasado 4 de junio en la que todos los reproches que le hicieron los interesados, los reservistas y los aprovechados del bando contrario han quedado en nada. Todas las quejas procesales se rechazan 'por su manifiesta carencia de contenido'. El Constitucional ha venido a declarar que la instrucción del caso Filesa por el catedrático despistado ha sido impoluta. Ha sido una hermosa reivindicación de la figura de don Marino y de la de todo juez, que debe ser siempre más justo e independiente que 'prudente', y particularmente una reivindicación de los jueces del turno de los juristas de 'reconocido prestigio'.
En estos días preparábamos la presentación del libro que sus amigos y discípulos hemos compuesto en homenaje a don Marino con motivo de su jubilación. Ayer mismo llegaba la confirmación de la fecha por su maestro alemán, el profesor Jescheck, patriarca de los penalistas europeos, quien no quería estar ausente en la fiesta académica de su amigo y discípulo, a pesar de sus 86 años, el 4 de octubre, en el paraninfo de la Universidad en Toledo, sobre la tumba del gran inquisidor Melchor Cano, ironías de la vida. Ya no será una fiesta, sino una sesión necrológica. Todos los que un día asumimos el compromiso de generar saber y transmitirlo esperamos, años después, haber mantenido una trayectoria acorde con el magisterio que hasta el último momento hemos recibido de su palabra, de sus escritos y de su trayectoria personal.-
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