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Crítica:LITERATURA POPULAR | RAÍCES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La leyenda de la Tía Tragantía

Por tercer año consecutivo, la ciudad de Úbeda vibró en sus palacios y calles con la sola fuerza de la palabra. Una concentración tal de narradores orales, venidos de todas partes, más los que allí se unieron espontáneamente, llegaría a parecer increíble. Pues era de ver y no dar crédito, en el tramo final de las jornadas, a aquel río de gente desplazándose la noche de San Juan para escuchar relatos y leyendas de lo más inverosímil.

Era, sin duda, la avidez de una infancia mágicamente recuperada. Y con ella, el rescate de la oralidad, sustento de la verdadera comunicación, camino de convertirse en uno de los signos más curiosos de nuestro tiempo. Como si, en medio de tanta televisión, cine, Internet y, en fin, del imperio de lo audiovisual, de pronto se hubiera instalado en nuestras almas el miedo a perder la base misma de la condición humana: la palabra viva. Sin intermediarios.

Varios puntos de interés tuvo el recorrido de este maratón de cuentos.

Pero hoy nos centraremos en el referente que propusieron sus organizadores (gente entusiasta y desinteresada, como debería haber mucha): La Tía Tragantía. Se trata de una leyenda jiennense (de las que abundan en esa provincia), que narra la historia de aquel rey moro de Cazorla que, viéndose venir las huestes cristianas, encerró a su hija en los sótanos del castillo. Con la intención de protegerla de los seguros desmanes del enemigo, selló los accesos y le dejó todo lo necesario para una larga resistencia. Pero ocurrió que el rey murió en los primeros lances del combate, sin haber revelado a nadie lo que había hecho con su hija. (Lo cuenta estupendamente Juan Eslava Galán en sus Leyendas de los Castillos de Jaén, 1989).

Conquistada la fortaleza y aposentados los cristianos en la comarca, transcurrió el tiempo, y a la princesa se le acabaron las provisiones y el aceite de alumbrar. Entonces 'durmió, o creyó dormir un espacio de tiempo infinito, frecuentado por atroces pesadillas. Cuando despertó, no sentía hambre ni impaciencia'. Pero al querer levantarse, comprobó que la mitad inferior de su cuerpo se había convertido en serpiente, la cual 'reptaba por las tinieblas, anillándose a los pilares que sostenían el techo'.

Desde entonces, pasó a formar parte de los trasgos maléficos andaluces (El tío del saco, el Sacamantecas, El Tragaldabas, La Media Carita...), pura abstracción de lo monstruoso que sólo sirve, al menos en apariencia, para meter miedo a los niños. Se vale para ello de una amenaza verbal, muy conocida, aunque con variantes. Ésta es la que dio José Sevilla a su público embebecido: 'Yo soy la Tía Tragantía, / hija del rey Baltasar. / El que me oiga cantar / no verá la luz del día / ni la noche de San Juan'.

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Naturalmente, la cosa tiene muchos más entresijos. Los seguidores de Carl G. Jung saltarían de gozo, pues esta Tragantía parece salida de sus arquetipos, imagen perfecta del subconsciente reptiliano que todos llevamos dentro, encarnación del psiquismo inferior, o 'animal en nosotros', con una representación extremadamente primigenia, pues conserva la mitad humana.

Otras lecturas simbólicas más clásicas, relacionadas con el sentimiento de culpa a través del sexo, tampoco desmerecen, como ofidio que es, al fin y al cabo, enredado a la columna, esto es, al principio masculino. De ahí seguramente la placidez que siente la princesa. Con ejemplos así, no hay que devanarse mucho para encontrar plausible uno de los más excitantes teoremas de Freud, aquel que empezó a explorar las analogías existentes entre el mito colectivo y el sueño individual. Tenebroso y maravilloso asunto.

A. R. ALMODÓVAR

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