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Columna
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Amenazas

Mañana comienza el primer debate en toda regla que han de protagonizar ante las Cámaras el actual presidente del Gobierno y el flamante jefe de la oposición. Y la opinión informada se impacienta expectante, cruzando apuestas no sobre el resultado, casi cantado de antemano, sino sobre la calidad del espectáculo a celebrar y el estilo de juego que logren representar los antagonistas sobre el escenario. Como ya recordé en análoga ocasión anterior, se impone la metáfora que identifica democracia parlamentaria y deporte moderno, desde que la gentry británica inventó ambas instituciones a lo largo del siglo XVIII. Y, según analizó Norbert Elias, en tales competiciones rituales, dada su naturaleza de espectáculo público donde el soberano es el respetable, lo que cuenta no es vencer al adversario, sino convencer al espectador.

Esto mismo es lo que se deduce de los modelos analíticos sobre la democracia deliberativa, cuyos debates buscan convencer no tanto a los oradores enfrentados como al público de oyentes que asisten mudos al diálogo de sordos. Al respecto puede consultarse la reciente obra colectiva compilada por Jon Elster, donde se comparan los tres procedimientos que permiten obtener resoluciones políticas: la deliberación (debates en foros públicos donde se comparan argumentos racionales), la negociación (transacciones de mercado donde se ofertan promesas y amenazas) y la votación (agregaciones lineales de opciones privadas adoptadas en silencio). Pues bien, en el debate de mañana presenciaremos los tres tipos de operaciones: deliberaciones públicas entre todos los grupos parlamentarios, negociaciones a cara de perro entre Aznar y Zapatero y votaciones cantadas por todos los culiparlantes. Pero parece evidente que, de las tres representaciones escénicas, sólo la segunda cuenta en realidad, pues el debate será un diálogo de sordos y la votación se conocerá de antemano. Así que sólo queda la negociación.

Como observa Elster en la obra antes citada (La democracia deliberativa, Gedisa, 2000), en toda negociación se pretende mutuamente seducir o doblegar la voluntad del rival, y para ello se cruzan tanto ofertas de satisfacer el interés del adversario como amenazas que anuncian perjuicios o represalias. Pues bien, a la luz de la experiencia, vistas sus previas ejecutorias, todo indica que en el debate de mañana ambos contendientes se especializarán en un solo componente de la negociación: Aznar pretenderá convencer a su rival con amenazas, mientras que, en cambio, Zapatero intentará hacerlo con promesas de pacto consensual.

Dejando para otro día a Zapatero, es evidente que toda la carrera política de Aznar se ha edificado sobre la imagen del halcón que acosa a sus rivales hasta acabar con ellos. Es el estilo político recomendado por Carl Schmitt, que precisa identificar enemigos reales o imaginarios para cohesionar a sus bases comprando la sumisión de sus socios potenciales. De ahí que antes eligiese como enemigo a González para argumentar la retórica de su cruzada antisocialista, y en esta segunda legislatura haya designado al PNV como chivo expiatorio de su cruzada antinacionalista. Pero las recientes elecciones vascas le han dejado sin enemigo al que amenazar. De ahí que en el debate de mañana deba designar nueva cabeza de turco para ser fiel a su propia imagen, hoy gravemente erosionada por la imputación de los fiscales del Supremo contra su ministro Piqué.

¿Pero a quién elegirá como blanco de sus amenazas? ¿Al invicto Ibarretxe otra vez, pese a estar hoy por hoy fuera de su alcance? ¿A la culpable Europa, identificando a Schröder como nuevo enemigo exterior? ¿O tratará de encontrar algún enemigo interior por el estilo de Gallardón, imitando la invención por González del guerrismo como chivo emisario sobre el que descargar sus propias responsabilidades? Sería demasiado inverosímil, por lo que resulta improbable. No, lo más fácil es que vuelva a amenazar al pobre Zapatero, despreciando sus argumentos por muy fundamentados que estén, para volver a imputarle a su vez las imprescriptibles responsabilidades de los Gobiernos socialistas. Todo, antes que rectificar, aceptando, por ejemplo, la responsabilidad de Piqué.

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