_
_
_
_
Tribuna:OPINIÓN
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cólera de Aquiles

Cuenta George Steiner, en Errata. An examined life, ese momento especialmente emotivo y primigenio de su biografía intelectual en que su padre abrió un viejo ejemplar de La Ilíada y fue directo al Canto XXI. Es la carnicería de Aquiles contra los troyanos fugitivos. Enloquecido por la muerte de Patroclo, el héroe griego da rienda suelta a su furia homicida. De pronto, se cruza en su camino uno de los hijos de Príamo, Licaón, al que Aquiles había salvado en otro momento. Licaón, ante la cólera ciega del guerrero, vuelve a suplicarle, con su mejor elocuencia no exenta de un forzado patetismo, que le respete la vida. Pero Aquiles no está por la labor: 'No me hables de rescate ni me hagas discursos, ¡imbécil!'. Su rabia se alimenta de la injusticia que supone la muerte del amigo, y el único consuelo que puede ofrecer a Licaón es que también su verdugo, ahora justiciero, morirá a su vez, aunque desciende de Zeus y de Tetis. Luego lo mata.

Hay que imaginarse la escena en que el padre de Steiner, un sionista culto, amante de Wagner e inversor en banca, considera llegado el momento crucial de subir el telón de los clásicos. El autor de Language and Silence lo cuenta con ese inglés suyo proteínico, electrizante y sin concesiones (hay versiones heroicamente correctas al castellano en Siruela y al catalán en Proa), quizá el único registro que cabría esperar de un judío trilingüe sin patria y sin par. Pero no abandonemos a Herr Doktor Steiner: está leyendo a sus hijos una versión alemana de La Ilíada, y luego les anima a que aprendan algunos fragmentos de memoria y no olviden acercarse al texto original, que naturalmente también esgrime. George, un mocoso con apenas seis años, queda maravillado y violentado con lo que se representa ante él: simplemente, el secreto intemporal de la vida y de la muerte. Todo lo que ha hecho desde entonces, barrunta -una vida dedicada al misterio del lenguaje y a las culturas comparadas-, quizá sólo ha sido una nota a pie de página de ese momento auroral.

Muchos años después, un escritor de aquí llamado Javier Cercas (profesor de la Universidad de Girona, esa ciudad que tanto fascina a Steiner) emprendió una novela con el propósito de contar un 'relato real': la historia del frustrado fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de Falange Española. La novela, en efecto, cuenta la peripecia seguida por un periodista -un periodista llamado Javier Cercas, que no es periodista, pero sí que se llama así- al que se le mete en la cabeza desentrañar la verdad definitiva de una anécdota no precisamente ocultada de nuestra Guerra Civil. Sánchez Mazas estaba preso en Barcelona, en el buque-prisión Uruguay. Conforme las tropas franquistas penetran en Cataluña, la retaguardia republicana se convierte en un caos donde todos esperan lo peor. Algunos de los presos facciosos más significados del Uruguay -entre estos, el coautor del Cara al sol- son transportados al monasterio de Collell. Allí, la fría mañana del 30 de enero de 1939, un grupo de ellos es reclamado por los guardias con una excusa peregrina. Todos comprenden que la hora más temida ha llegado. En un claro del bosque, formados y ateridos, los presos esperan la muerte. Pero Sánchez Mazas decide crear su propia suerte. Aprovechando la cercanía a los árboles, escapa raudo cuando escucha los primeros disparos. Corre sin aliento y se refugia entre el barro de una hoya encharcada. La República lo busca: hay soldados en el bosque y se oyen perros. De pronto, un miliciano se acerca al bulto cubierto de hojas y fango y Sánchez Mazas vuelve a quedarse lívido: lo han descubierto. Durante un momento interminable, ese hombre que apenas se diferencia de un execremento (tampoco en su ideología, para entendernos), se queda mirando a quien sin duda debería de haber sido su verdugo. Pero el miliciano, que tampoco aparta sus ojos del jerarca semioculto mientras informa y engaña a la jauría, es un hombre cansado de matar, o simplemente ha decidido, por esta vez, ser lo que tan raramente se puede ser en una guerra: compasivo, misericordioso, simplemente humano.

-¿Hay alguien por ahí?

-¡Aquí no hay nadie!

Y bien: Sánchez Mazas vivió. Oculto en el bosque, coincidió con un grupo de desertores republicanos a los que prometió contar aquella historia en un libro que se llamaría Soldados de Salamina. Pero nunca lo hizo, aunque sí que escribió poemas aproximadamente sublimes y prosas de gran perfección. Contó, eso sí, la pequeña y terrible odisea de su falso fusilamiento a todos cuantos quisieron escucharla, y así llegó, medio siglo después y en boca de su hijo Rafael Sánchez Ferlosio, a oídos de Javier Cercas. Es éste quien ha escrito Soldados de Salamina (Tusquets), y lo ha hecho, entre otras cosas, para desentrañar aquello que consideraba lo más enigmático e interesante de esa historia: el personaje del miliciano piadoso, el hombre que, pudiendo matar -¿qué importaba un muerto más, qué motivos podía haber para amnistiar a un tipo como Sánchez Mazas?-, no lo hizo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Este libro ha merecido una entusiasta recepción. Ha demostrado que hay vías para la excelencia en la ficción cuando ésta no teme maridarse con la realidad, pero no con propósitos historicistas sino de un presentismo acuciante. Y ha demostrado también que la Guerra Civil continúa siendo un territorio inmenso, a penas explorado (¡) para la indagación artística.

A diferencia de Aquiles, ese miliciano del Collell, soldado de Líster, decidió no dar rienda suelta a su cólera. Podemos imaginar sus mil motivos para delatar a aquel pingajo humano lleno de barro y de miedo. Al fin y al cabo, era uno de los ideólogos de la discordia civil, el responsable, por tanto, de la muerte de muchos compañeros del propio miliciano. Salvándolo, aquel republicano anónimo nos dio su propia lección de la vida y de la muerte, porque para eso acontece una Guerra Civil.

Esta vez, Licaón no suplicó, y se encontró la salvación como una gracia inopinada y dadivosa. Esta historia -presumo- también le gustaría a Steiner. Y no digamos a su padre.

Joan Garí es escritor.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_