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Columna
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El Palmar de Troya

A pesar de don Vicente Blasco Ibáñez, las gentes de El Palmar de Valencia siempre nos han parecido civilizadas y amables con un punto más o menos acusado de socarronería. Los arquetipos descritos por el eximio novelista tienen poco en común con los tipos actuales de la pedanía que nos distinguen con su amistad y con quienes, de vez en cuando, compartimos unos vasos y alguna especialidad culinaria manifiestamente mejorable, dicho sea de paso. De ahí que nos cueste comprender el insólito y escándaloso episodio que se viene prolongando acerca de la admisión de determinadas mujeres en la plurisecular Comunidad de Pescadores de la pedanía.

En ciertas ocasiones, hemos tratado de escudriñar con nuestros interlocutores pedáneos, pescadores ellos mismos, las razones o lo que fuere, de esta beligerancia numantina fundada en una costumbre discriminatoria de las mujeres a todas luces caducada, precisamente por injusta y anacrónica. Para nosotros era obvia la inanidad del argumento alegado y, en consecuencia, sospechábamos que el meollo del asunto era económico. Pero, ¿de qué economía, de qué provechos estábamos hablando cuando era evidente que la madre del cordero, esto es, el lago de L'Albufera agoniza y sus rendimientos apenas son simbólicos? Queremos decir que el contencioso civil emprendido no se sustentaba, a nuestro entender, en el fuero ni en el huevo.

Sin embargo, ahí ha estado durante años ya, suscitando tribulaciones y discordias entre el vecindario, que mucha y buena voluntad habrá de poner para restañarlas. Porque un día, quieran o no los varones comunitarios, acabará imponiéndose la ley y el sentido común, que suelen coincidir. La Audiencia Provincial falló en su contra, y lo hizo asimismo el Tribunal Supremo, y un juzgado de lo Penal de los de Valencia acaba de condenar por desobediencia a los miembros de la junta directiva de la entidad machista. Ignoro si quedan otros recursos en el carcaj procesal y hay letrado con temeridad bastante para interponerlos, pero son los últimos cartuchos contra una sentencia que, de modificarse, todo apunta que será para agravar las penas a tenor de la mayor y más absurda resistencia ante la inevitable admisión de las mujeres.

Nos hemos referido a las rivalidades y resentimientos que este pleito ha fomentado en el censo de El Palmar y cuyas huellas no se diluirán por ensalmo en tanto que enfrenta a individuos y familias. Blasco Ibáñez, pues, cabalga de nuevo. Tampoco es baladí, aunque sí secundario, el vergonzoso espectáculo nacional que hemos dado -han dado- con este alarde de cerrazón ajeno a los usos, costumbres y leyes occidentales. Por esos mundos de Dios se hacen cruces de que, a tiro de piedra de las Ciudad de las Artes y de las Ciencias y ni se sabe de cuántos campus universitarios se produzcan estos atavismos tan virulentos como deprimentes, o más propios del pintoresco Palmar de Troya, donde toda excentricidad tiene acomodo. Los recios pescadores que nos ocupan son poco o nada conscientes del papelón que hacen.

Por fortuna, y en lo que a los tribunales concierne, el episodio está prácticamente finiquitado. Los junteros y sus asociados se han quedado inermes y, lo que es peor para ellos, desamparados de otros apoyos sociales que no sean los parentales e interesados. Nunca contaron con el Ayuntamiento de Valencia, que es la titular del lago, ni con la anuencia de los partidos políticos que con distintos grados de firmeza se han alineado con las damas, y, como es notorio, no hay pluma ni opinión divulgada que haya roto una lanza por ellos. Una excepción me viene a las mientes, y es la de quien apostó por la prevalencia del derecho consuetudinario mediante ideaciones periodísticas un tanto apolilladas y legalistas. Poca artillería para salvar el entuerto. Ahora sólo falta que la paz se sobreponga a los rencores y mis amigos de El Palmar no se me pongan bordes.

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