_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bisagras

Más que el resbaladizo caso Ercros que investiga el Supremo, más que la comisión presunta de delitos fiscales y alzamientos de bienes, lo que los ciudadanos no perdonan son las genuflexiones del ministro Piqué. Se ha hablado mucho de ellas, de ese recibimiento al presidente norteamericano que parecía más el de un lacayo que el de un representante del Estado.

Aunque no lleve el nombre de Bautista, don Josep ha mostrado claramente unas insuperables condiciones para ejercer el fatigado oficio de mayordomo. El asesino, lo saben los fiscales del Tribunal Supremo y los adictos al cine de misterio, siempre es el mayordomo. Quizás Piqué resulte no culpable, como Joaquín José Martínez, pero lo cierto es que su pinta le hace sospechoso y sus genuflexiones le delatan. Hay algo, sin embargo, de secreta impostura en el jolgorio por las inclinaciones de cabeza del ministro de Asuntos Exteriores. Todos llevamos dentro un dictador oculto y un lacayo en agraz. Por eso nos ofende que el ministro no sea una excepción.

Ramiro de Maeztu quiso europeizarnos por la vía del sentido reverencial del dinero. Pero nuestra debilidad es el poder. Da igual que hagamos chistes. Es la risa nerviosa del temor. Usted y yo sabemos que en la barra de un bar, dentro de un hospital o en cualquier aeropuerto un simple diputado o concejal será tratado con mayor deferencia que un hijo de vecino. Y usted y yo tampoco trataremos igual al vecino del cuarto, si el vecino del cuarto es consejero en Lakua, que al vecino del quinto, si el vecino del quinto es un particular.

Se ha hablado mucho de la erótica del poder, pero muy poco de la erótica del contacto con los poderosos, por pequeño que sea su poder. Hemos sido el país de las prebendas y las canonjías, de los enchufes y las sinecuras. Tal vez sigamos siéndolo. Muchos aldeanos se levantan la boina todavía para hablar con el amo.

Desprenderse del sentido reverencial del poder no es sencillo. Siguen naciendo ciudadanos con genuina vocación de bisagra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_