Bisagras
Más que el resbaladizo caso Ercros que investiga el Supremo, más que la comisión presunta de delitos fiscales y alzamientos de bienes, lo que los ciudadanos no perdonan son las genuflexiones del ministro Piqué. Se ha hablado mucho de ellas, de ese recibimiento al presidente norteamericano que parecía más el de un lacayo que el de un representante del Estado.
Aunque no lleve el nombre de Bautista, don Josep ha mostrado claramente unas insuperables condiciones para ejercer el fatigado oficio de mayordomo. El asesino, lo saben los fiscales del Tribunal Supremo y los adictos al cine de misterio, siempre es el mayordomo. Quizás Piqué resulte no culpable, como Joaquín José Martínez, pero lo cierto es que su pinta le hace sospechoso y sus genuflexiones le delatan. Hay algo, sin embargo, de secreta impostura en el jolgorio por las inclinaciones de cabeza del ministro de Asuntos Exteriores. Todos llevamos dentro un dictador oculto y un lacayo en agraz. Por eso nos ofende que el ministro no sea una excepción.
Ramiro de Maeztu quiso europeizarnos por la vía del sentido reverencial del dinero. Pero nuestra debilidad es el poder. Da igual que hagamos chistes. Es la risa nerviosa del temor. Usted y yo sabemos que en la barra de un bar, dentro de un hospital o en cualquier aeropuerto un simple diputado o concejal será tratado con mayor deferencia que un hijo de vecino. Y usted y yo tampoco trataremos igual al vecino del cuarto, si el vecino del cuarto es consejero en Lakua, que al vecino del quinto, si el vecino del quinto es un particular.
Se ha hablado mucho de la erótica del poder, pero muy poco de la erótica del contacto con los poderosos, por pequeño que sea su poder. Hemos sido el país de las prebendas y las canonjías, de los enchufes y las sinecuras. Tal vez sigamos siéndolo. Muchos aldeanos se levantan la boina todavía para hablar con el amo.
Desprenderse del sentido reverencial del poder no es sencillo. Siguen naciendo ciudadanos con genuina vocación de bisagra.
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