Luces de ayer, sombras del mañana

La gala por los 60 años de la fundación del Conservatorio de Danza se abrió con un orden no reflejado en el papel y escamoteando el principal reclamo: el paso a dos de El corsario bailado por el laureado y prometedor Jaime García. Los pas de deux de La fille... y Arlequinade no fueron satisfactorios ni en lo técnico ni en lo estilístico. Tampoco se ha cuidado llevar a los debutantes a concienciarse con el meollo musical de las obras, el baile en pareja y las abundantes e imprescindibles liaçons de tales lecturas clásicas.

Lo mejor de esta velada han sido, sin lugar a dudas, las piezas de Duato y José Antonio. Madrigal pertenece a la etapa más luminosa de la obra coreográfica del valenciano y se relaciona, para bien, con Sinfonietta (Janacek), de Jiri Kilian, su mentor principal. Los bailarines estuvieron aquí espléndidos, vitales y en música, y la pieza en sí gana con el tiempo.

Puede decirse lo mismo de El sombrero de tres picos de José Antonio, una coreografía de la que absurdas rivalidades personales nos han privado del repertorio del BNE. Hay que decirlo, este Sombrero es mejor que el de Antonio Ruiz Soler, que tiene sus méritos, pero que se ha quedado un tanto anticuado. El sentido coral de José Antonio, su dinámica musical y la manera de colocar las frases más virtuosas dentro del contexto y estilo de la obra lo avalan. Los jóvenes de la especialidad de danza española del RCPD son una sorpresa y una esperanza. Hay calidad, brío y acaso falte algo de destreza y transparencia con los palillos, pero eso tiene solución. El conjunto está soberbiamente empastado y José Antonio les ha sabido transmitir contención a la vez que entrega, es decir: elegancia al bailar.

Pasado y futuro

En el lujoso programa de mano hay en letras de oro una frase desafortunada entre otras venerables: 'Respetando el pasado, mirando al futuro'. Realmente, esta demostración del Real Conservatorio respeta sólo parcialmente el pasado y mira limitadamente al futuro. Faltan sobre la escena el folclor estilizado, la Escuela Bolera y la demostración de la asimilación de la danza contemporánea a la didáctica preprofesional, entre otras muchas cosas y reconocimientos.

Durante años, un sector de la profesión ha mantenido en liza al otro con la idea de que no hay futuro para el ballet académico en España. Lamentablemente, es así. De vez en cuando surge un bailarín o bailarina notables. Eso es todo, y se buscan la vida y la fama, como es natural, en el extranjero. Tiene su triste lógica y el ballet ha demostrado ser un arte cosmopolita, el menos doméstico quizás de todos los que se relacionan con la escena. Estamos, en zapatillas de punta, lejos de tales baremos.