Tempestades y lluvia de orejas
Las tempestades y las orejas fueron cayendo monótonamente como la lluvia tras los cristales en aquel pasaje escolar de Machado. No es que el festejo fuera tedioso, como los de días anteriores, no. Fue porque las siete orejas cortadas, como las apreciadas precipitaciones, estuvieron desigualmente repartidas. Y a pesar de ello los tres matadores y el ganadero salieron en loor de multitudes por la puerta grande del coso alicantino.
Expliquemos; si a Espartaco por torear despegado, aunque pulcramente a un inválido, le da un trofeo, por hacerlo después al segundo de su lote, más entero y verdadero que el anterior, en faena de mayor mérito artístico, no puede darle tan sólo una. Y no era porque el usía Luis María Alcalde tuviese miedo a darle al pañuelito que asomó mucho más al balcón, hasta siete veces para conceder trofeos, que El Juli poniendo banderillas. El madrileño tiene embobados a los alicantinos y hasta clavando garapullos en la barriga, en los mismísimos números, la gente vociferaba enloquecida, rugían ¡oeee, oeee,! los tendidos.
Torreón / Espartaco, De Mora, Juli
Toros de El Torreón, inválidos los tres primeros; encastados y nobles 4º, 5º; aplaudido en el arrastre el 6º. Espartaco: estocada (oreja); estocada (oreja y dos vueltas). Eugenio de Mora: estocada caída (vuelta); estocada (dos orejas). El Juli: estocada (dos orejas); estocada recibiendo (oreja). Los tres matadores y el ganadero, César Rincón, salieron a hombros. Plaza de Alicante, 6ª corrida de feria. 22 de junio. Lleno.
Que luego mató de dos estoconazos, hasta los gavilanes, bien pero eso sólo no basta para merecer dos orejas en cada uno de su lote. Y se repitió la historia de Espartaco. Con su primero, el de más romana pero de fuerzas justísimas, hizo faena efectista. Por la derecha los muletazos no salieron con buen trazo y casi siempre enganchados. Al natural el cabeceo molesto del animal le hizo desistir, además de que empezó a tardear. Sin embargo el presidente le concedió dos orejas. Por tanto con el que cerró plaza, un colorao noble que dejó sin picar, lució con el capote con sus lopecinas, luego hizo un vistoso galleo por chicuelinas y estuvo más lucido con el percal. Se fue a los medios y de hinojos citó al del Torreón al que toreó por ambos pitones. Consiguió los mejores naturales de la tarde y aunque el toro empezó a rajarse le hizo tomar la muleta y le sacó algún circular y varios de la firma con toreria. Definitivamente el toro se fue a tablas y allí en la suerte de recibir le metió soberbia estocada. Y sin embargo, en esta ocasión sólo concedió un trofeo. Un aspecto positivo entre tanto triunfalismo; los coletudos utilizaron los aceros con tino y estocadas hubo de efectos fulminantes. Pero también fueron letales las barbaridades que profirieron contra el palco las masas vociferantes
Buenas gargantas para abroncar y para dar olés o corear oes oes o mentar a familiares intempestivamente. También para gritar el ¡ay! dramático de las cogidas. Le tocó a Eugenido de Mora en su segundo. Se confió ante la nobleza del animal, se echó de rodillas y recibió tremendo revolcón, por suerte, sin consecuencias. Tras matar de certero espadazo y conmocionados los tendidos, el público es en el fondo muy sensible, cortó las dos orejas que le franquearon la salida en hombros. Quizá la magnanimidad venga también porque el toledano es de la casa Lozano, empresarios del coso. Con su primero poco pudo hacer pues además de sospechoso de afeitado estaba inválido. Y eso no lo salva ni el mejor público, y ese estaba allí.
Babelia
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