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El derby de cielos y tierra

Fernando Savater

Frente al Palacio Real de Madrid hay una hermosa estatua ecuestre de Felipe IV, última obra del escultor Pietro Tacca, a partir de un diseño de Velázquez. El caballo está alzado sobre sus patas traseras, lo cual no es infrecuente en representaciones semejantes, pero tiene una característica nueva: por primera vez en una pieza de ese tamaño la cola del animal no llega hasta el suelo, formando el habitual 'trípode' que sostiene la figura. Los cálculos para lograr tal equilibrio se los facilitó a Tacca un amigo científico, bastante polémico, llamado Galileo Galilei. Me resulta casi inevitable recordar esa colaboración hípica al enterarme de que uno de los favoritos para el Derby de Epsom de este año se llama precisamente Galileo. Pero no es el único candidato al triunfo, ni mucho menos. Ahí tenemos también a Golan, por ejemplo, notable ganador de las Dos Mil Guineas viniendo desde atrás, lo que indica preferencia por la mayor distancia que va a encontrar en Epsom. Y su compañero de entrenamiento Dilsaam, al que yo acabo de ver en York triunfar en el Dante, la más recomendable preparatoria para el Derby. O Perfect Sunday, que viene de triunfar convenciendo en Lingfield, por no mencionar a Tobougg, un fracaso en las Guineas pero vencedor a dos años de los más difíciles compromisos. De nuevo un Derby gloriosamente abierto, con mucho de bueno donde elegir... lo que no siempre es el caso.

Optar entre Tony Blair y Hague, por ejemplo, no es una propuesta demasiado exaltante. Los británicos tuvieron que afrontarla justamente veinticuatro horas antes de correrse en Epsom el Oaks y cuarenta y ocho antes del Derby, con cívica resignación. Imagino sin dificultad la impaciencia de la propia Reina, que veía comprometida su asistencia a Epsom el viernes -donde tras muchos años de secano tenía por fin una yegua, Flight of Fancy, favorita en el Oaks- por culpa del deber protocolario de recibir en Palacio al previsible triunfador en los bostezantes comicios. Finalmente Isabel pudo estar en el hipódromo a tiempo para ver cómo Flight of Fancy llegaba segunda tras una monta poco afortunada, pero los nervios que debió pasar la buena señora entre lo uno y lo otro no se los deseo a nadie. Para compensar tanta zozobra, la primera providencia del reelegido Tony Blair será subirse sustanciosamente el sueldo... Mientras, en el referéndum de Irlanda, la mayoría ha optado por rechazar el tratado de Niza y obstaculizar así la ampliación consolidada de la Unión Europea. Sin duda los irlandeses -cuya curiosa ocupación predominante es (Borges dixit) dedicarse a ser incesantemente irlandeses- son buenos patriotas, lo cual confirma aquel aforismo de Ramon Eder donde señala que 'para ser un buen europeo hay que ser un mal patriota y, algún día, para ser un buen ciudadano del mundo habrá que ser un mal europeo' (Hablando en plata). De modo que hoy mi héroe incorrectamente político preferido es ese secretario japonés que saqueó durante meses los fondos reservados del primer ministro y se gastó el botín en veinte caballos de carreras, a los que puso los nombres de sus diversas amantes. Como tenía más caballos que amantes, a los restantes les llamó con nombres de flores. Ese gran aficionado ya está en la cárcel, sin duda merecidamente, pero que conste que lo que cometió no fue sólo un desfalco, sino también un haiku...

En esta época apasionada por la genética que vivimos abundan los estudiosos a quienes fascina escudriñar la genealogía de los caballos de carreras. Después de todo, se trata de los únicos animales cuya filiación puede rastrearse individuo por individuo hasta el siglo diecisiete, con minucioso control de cada una de las características físicas y deportivas de todos los miembros de su linaje. ¿Es posible cuantificar con exactitud la influencia genética determinante en un ejemplar concreto? Hasta ahora, la cría de purasangres se resiste a la precisión científica. Ni siquiera el viejo dictamen de que 'para conseguir lo mejor hay que cruzar al mejor con la mejor' cumple siempre su verdad de perogrullo. A veces los criados en la púrpura muestran a la hora de la verdad flaquezas inexplicables. Tomemos, por ejemplo, el caso del propio Galileo: su origen es académicamente insuperable, por ser hijo del campeón de los sementales vivos -Sadler Wells- y de Urban Sea, la brava luchadora a la que yo vi ganar hace años el premio Arco del Triunfo, batiendo a los mejores de aquellos días. El palmarés como progenitor de Sadler Wells es apabullante: cuarenta y cinco de sus hijos han ganado carreras de grupo primero y del populoso resto raro es el retoño que no ha despuntado al menos una vez en la pista. En el Oaks de este año, las tres primeras yeguas clasificadas -incluyendo por supuesto la de la reina Isabel- son hijas suyas... lo nunca visto. Y cinco de sus hijos se han clasificado segundos durante la última década en el Derby. Sí, pero sólo 'segundos': porque, hasta hoy (¡fatalidad misteriosa!), la única carrera importante que ningún hijo de Sadler Wells ha logrado ganar jamás es precisamente el Derby de Epsom. El guasón de Borges decía cada año que no concederle el premio Nobel se había convertido en 'una tradición escandinava'; pues bien, también parece ser ya una tradición turfística que año tras año los hijos de Sadler Wells se queden sólo 'a punto de...' en el Derby. ¿No sería paradójico que al joven Galileo -sólo ha corrido tres veces, ganando siempre- vaya a perjudicarle por causas supersticiosas en esta ocasión cimera tener un padre demasiado ilustre, pero gafado? Desde luego, la genética científica se indigna ante la mera suposición.

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Este año, la asistencia de público en Epsom parece haber aumentado bastante. A los más veteranos casi nos parece que la multitud entusiasta se aproxima en número a las de hace dos décadas, cuando aún las comodidades de lo virtual no propiciaban que la gente disfrutase las emociones hípicas sin moverse de casa. Hoy la novedad es que los turfistas vamos y venimos pasando de vez en cuando sobre unas alfombrillas empapadas en algún mejunje que purifica nuestros zapatos del contagio con la plaga aftosa. Por lo demás, recuperamos lo mejor del pasado: tiembla otra vez el aire hasta lo alto del impasible cielo y vibra la tierra hormigueante, comprometida con el trepidar agonista de los veloces. Eppur se muove...! Un minuto antes de que los participantes del derby tomen la salida se incendia aparatosamente un chiringuito de fish & chips situado en el centro del hipódromo. La humareda es imponente, mientras empleados y bomberos tratan de sofocarlo y el gentío se distrae por un instante de lo que está a punto de ocurrir en la pista. Pero ya están corriendo al fin los doce de la fama y,

Estado, etcétera. Pero no era el señor Cortés el objeto de mi texto, que pro memoria me permitiré resumir en tres puntos: 1. 'La-tinoamericano' no es una denominación despectiva. 2. No fue en modo alguno un invento estadounidense, sino de intelectuales suramericanos de mediados del siglo XIX. 3. Así es como se llaman a sí mismos los nacidos al sur del río Bravo.

Elude Martínez Alés estas cuestiones porque teme -según dice- que 'cualquier argumentación en contrario sería una batalla perdida'. Tras esta renuncia, alcanza a hilvanar cinco párrafos con argumentos institucionales sobre los que puede tener razón, pero no contra mí. Veamos: la Conferencia Iberoamericana se llama así porque reúne a países americanos junto a dos naciones ibéricas; lo que no implica que los primeros (ni, desde luego, España y Portugal) como tampoco sus habitantes, sean per se 'iberoamericanos'. El segundo ejemplo alude al Grupo Interamericano de Editores; está claro que el adjetivo califica al grupo, no a los editores como personas ni a sus empresas.

Por mi parte, nada tengo que objetar a los títulos de las antologías que cita mi contradictor. Sólo que en ellos el adjetivo 'hispanoamericano' indica que se trata de autores americanos que escriben en lengua española, sean o no de raíces hispánicas (y algunos no lo son en la recopilación de Oviedo). Adjetivar la literatura puede no servir como apelativo para quienes la escriben. Por último, recuerda Martínez Alés que en México 'hispanidad sigue siendo un término bien corriente'; es cierto, tan cierto como pudiera serlo que yo replicara que, cada 19 de septiembre, el ritual patriótico mexicano exige gritar 'mueran los gachupines'. Eso sí que es desahogo.

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