El juececillo valiente
El affaire Liaño me preocupa. No por el pobre diablo, por el juez-objeto, manejado por otros: tiene poco que perder. Me preocupa el cuentecito que colocan sus compañeros de aventura: un juececillo honesto aplastado por un riquísimo y poderoso señor por querer hacer justicia. Repiten que es un nuevo Dreyfuss. Qué cara. Dreyfuss fue otro insignificante, un capitán francés de raza judía al que sus compañeros militares quisieron hacer culpable de un espionaje: condenado, le mandaron a la Isla del Diablo, hasta que la izquierda demostró que era víctima inocente del antisemitismo, y un nuevo juicio lo reconoció así. Fue la primera vez que se usó la palabra 'intelectuales' en su sentido valeroso (hoy perdido), por el manifiesto que inició Zola, y contra el que se alzaron los de la derecha, como Charles Maurras, nacionalista, colaboracionista con los alemanes.
Alguna vez he simplificado la realidad del caso Liaño: atizaron en Aznar la idea de que perdía sus elecciones por este periódico, le exaltaron los que odiaban este periódico por su superior tirada; se montó una operación muy organizada por el PP, y los periodistas implicados se reunieron varias veces, una en el despacho del director de Abc, que entonces era Anson. Y lo confesó después: uno de ellos, aprovechando un parentesco y una amistad, denunció ante Liaño lo que urdieron. Desde el primer momento, los juristas le advirtieron de que no había materia de delito; sus superiores intentaron que abandonara el caso perdido, las primeras instancias lo rechazaron; pero pudo más el derechismo suyo, la esperanza del poder: estos casos ocurren. Siguió y perdió. Los acusados, Polanco, Cebrián, otros, no habían delinquido, y lo sabía todo el mundo menos él.
Resalta en este asunto la solidaridad de los suyos que salieron indemnes de lo que en realidad habían creado pieza a pieza. Luego, indulto del Gobierno, omnipotente; la invención de la historia del pequeñín aplastado por el grande, sostenida a veces por brillantes literatos ajenos a la cuestión, pero caballos de las cuadras culpables, o enemigos de este periódico y, por alcance de la onda expansiva, de todos los que escriben en él. Esto es lo que me preocupa de la historia: que los que tienen fama, los que se hacen pasar por izquierdistas, se hagan cómplices y creen la leyenda del juececillo valiente. Pasará a la historia, por quienes la escriben y les dictan.
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