_
_
_
_
OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿Pero dónde murió Pedro A. de Alarcón?

No es mi intención entrar en polémica con Tico Medina y menos aún enmendarle la plana a ninguno de los numerosos seguidores y admiradores que merecidamente tiene Pedro Antonio de Alarcón, entre ellos el profesor Antonio Lara Ramos, autor de la última biografía del accitano, recientemente publicada por la Editorial Comares, con ocasión de la Feria del Libro. No quiero nada de eso, pero es lo cierto y verdad que desde antiguo viene repitiéndose con insistencia éste ya famoso equívoco o error. Me refiero al lugar y fecha exacta del fallecimiento del escritor granadino, que no lo fue en Valdemoro, provincia de Madrid, sino en la propia capital de España y, en concreto, en su domicilio de la calle Atocha, un 10 de julio del año 1891, y a la edad de 58 años.

Tal aseveración rotunda y contundente proviene de uno de los escasos asistentes al sepelio, testigo privilegiado de su despedida de éste mundo, el también granadino Diego Marín López, quien días antes había intentado conocerlo personalmente, en compañía de los poetas Salvador Rueda y Gabriel Ruiz de Almodóvar. Aquella visita tan deseada como inesperada se produjo, pero, a la postre, resultó fallida dada la enfermedad del escritor, contentándose los tres amigos con disfrutar de la grata compañía de su esposa y una de las hijas. Pero quizá merezca la pena que escuchemos de primera mano el relato que de la visita escribiera años más tarde el citado testigo: 'Estábamos los tres a fines de junio de 1891 en la casa del poeta malagueño en Madrid, tocando Gabriel inimitablemente la guitarra y hablando de arte y literatura, y como casi siempre que esto hacíamos surgió el nombre del sin par novelista accitano, comentando el delicado estado de su salud, que por aquellos días había la prensa divulgado. Lamentábase Almodóvar de no conocerle personalmente, envidiando a Rueda que le había hablado tan sólo una vez. En esto, el genial poeta nos propuso llevarnos a casa de Alarcón, y dicho y hecho; aquella misma tarde fuimos a la calle de Atocha, donde en una antigua y espaciosa casa de señorial aspecto vivía el ilustre escritor. Recuerdo la emoción que al llegar a la casa y subir las escaleras sentimos los tres visitantes, que Rueda con sus exageraciones andaluzas decía que era igual a la del día de su Primera Comunión. Ninguno conocíamos a la familia de Pedro Antonio, pero nuestra condición de granadinos nos alentaba a hacer nuestra propia presentación, si no teníamos la fortuna de verlo en persona y que Rueda nos presentara. Pero ocurrió lo contrario; la dolencia del maestro le impidió recibirnos, siendo compensados con una larga visita, que nos pareció brevísima, en la que tuvimos el honor de conocer a la amante esposa e interesante hija de nuestro admirado escritor. Al enterarse de que éramos granadinos dos de los visitantes, se apresuraron a acudir al salón de recibo, sobriamente adornado con algunos recuerdos de los triunfos y viajes de Alarcón, acogiéndonos cariñosamente, y dándonos cuenta del estado delicado de su esposo y padre, cuyo próximo fin no temían, por entonces. Por ello la visita fue amenísima, enterándonos de que la señora de Alarcón era o es granadina, quedando encantados de su ingenio y donosura, como de la gracia y vivacidad de la hija, cuya conversación recordaba el estilo de los escritos de su padre. Pocas veces vi a Almodóvar tan satisfecho y expansivo como aquella tarde, y aunque no tuvimos el gusto de ver a Alarcón, quedamos amigos de su familia, y muy esperanzados en la mejoría del maestro, prometiéndonos Gabriel describir en un artículo tan grata visita. Pero tal propósito no llegó a cumplirlo como tampoco el de conocer a Alarcón, pues a los pocos días nos sorprendió la noticia de su muerte, que los periódicos suponían ocurrida en Valdemoro, en cuya posesión solía veranear el maestro, reduciendo con este error su entierro a una pobre comitiva de cualquier muerto vulgar. Rueda y Almodóvar se habían ausentado de Madrid, y en su nombre visité a la familia de Alarcón; y al fin vi a éste a través del cristal de su féretro, comprobando la gran semejanza de su cabeza con la de Gabriel, que motivó más tarde el mote de Perico el Moro, con que por ello y por sus entusiasmos por Alarcón le aplicó Ganivet al describir la Cofradía literaria del Avellano en Los trabajos de Pío Cid'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_