Una hinchada y poco más
Únicamente la afición puede sacar pecho en el Atlético por su rendimiento durante su temporada en el 'infierno'
Una hinchada ejemplar, y poco más. Las únicas secuencias conmovedoras del infierno las dejó la grada. También ayer, tras el último capítulo del sonrojante paso del Atlético por la Segunda División, cuando por primera vez en todo el año la tristeza le ganó. La afición rojiblanca dobló la rodilla en Getafe, después de un año en el que se resistió a la adversidad de forma heroica. Los sucesos le exigían mirar alrededor con el gesto avergonzado, pero siempre se lo autoprohibió. Se sintió tan parte de la institución que terminó por imponerse que su aliento era tan imprescindible en la aventura como los goles de los jugadores. Y se dedicó a animar, a derrochar fe, a maquillar de fiesta el suplicio, a empujar... La hinchada del Calderón se empeñó en ser feliz pese a lo que aconsejaba el paisaje, en creer aunque sonaba a imposible. Gracias a esa perseverancia, el Atlético no llegó muerto a la última jornada, sino convencido de que el sueño era posible. Su fidelidad finalmente no alcanzó. Sobre todo, porque no todos los protagonistas rojiblancos pueden sentirse tan satisfechos de su comportamiento en el infierno.
- Jesús Gil. En la posición más débil desde que llegó a la presidencia. Y no sólo por sus cuentas con la Justicia. La afición pidió su cabeza casi de forma unánime, especialmente la lluviosa mañana en la que el Tenerife ganó en el Calderón, y él dedicó el resto de la temporada a salvar su pellejo. A refugiarse en el silencio cuando sospechaba tormenta y asomar la patita cuando los resultados parecían favorables. Se ha pasado el curso buscando escudos, desde la contratación de Futre hasta el ascenso al primer equipo de Torres.
- Fernando Zambrano. Una mala elección. Le faltaba personalidad para conducir al Atlético en su año más peligroso. Creyó que dejándose llevar por los veteranos iba a perpetuarse y se equivocó: fue su sentencia. Construyó o permitió que le construyesen una plantilla rebajada. Y además no supo manejarla.
- Marcos Alonso. Sus guiños de ex futbolista, de perro viejo, sirvieron para que el Atlético enderezase ligeramente el rumbo. No le tembló el pulso para sentar a Kiko y Toni Jiménez, medidas que la realidad pedía a gritos. Con todo, dibujó demasiadas alineaciones políticas. Se llevó mal con Gil y esas cosas se pagan. Más intuitivo que trabajador, dirigió al equipo sin criterio táctico alguno.
- Carlos Cantarero. Puso orden táctico. El equipo siguió jugando mal, pero sufrió menos en la defensa. Y eso que devolvió a Toni a la portería. Se perdió poder por las bandas. Con él en el banquillo el Atlético no ha perdido.
- Paulo Futre. Los Gil necesitaban calmar a la afición con un caramelo. Y apuntaron al mismo gancho que en 1987, como jugador, les llevó a la presidencia. Le disfrazaron como el Valdano rojiblanco y se refugiaron tras él. Tuvo sus meses de influencia: pisó el vestuario como un jugador más, contrató a Dani, Fagiani y Wicky en el mercado de invierno y se erigió en el intérprete oficial de las buenas y las malas noticias. Pero su peso era ficticio. Gil se lo restregó a la hora de la verdad: Futre dijo un día que Marcos se quedaba y al siguiente tuvo que darle el finiquito.
- Toni Jiménez. Portero de poses, lleno de defectos. Transmitió inseguridad en los primeros encuentros. Ha dejado alguna estirada portentosa, pero también muchos errores en acciones sencillas. Horroroso por alto. Cuando perdió el sitio, fue mal suplente. Aunque lejos de los micrófonos, dañino.
- Sergio. Poco espectacular, pero muy seguro. Se anunció como un buen portero futuro. Sin excesos, pero dio la sensación de dominar todas las suertes. Naufragó ante el Murcia, como todo el equipo, y perdió el sitio. Sin rechistar, eso sí.
- Juan Gómez. El mejor. Su caída al centro de la defensa -comenzó como organizador- fue una bendición para el equipo. Quita la pelota con la irrenunciable intención de sacarla jugada. Rara vez despeja: corta y pasa. Muy por encima de sus compañeros en oficio y carácter. El primero en ver a Torres como un regalo, no como un enemigo: en el debú del chaval, diez minutos después de que sus compañeros le negaran la pelota de forma miserable, recorrió 30 metros para ponérsela en el pie.
- Hugo Leal. Ha dejado más dudas que certezas. Por técnica y visión, no tiene compañero que le supere. Gran recuperador pese a lo que insinúa su físico y valiente cuando otros se arrugan. Le pierde su obsesión por conducir la pelota y su falta de remate desde fuera del área. No termina de llenar.
- Salva. Sus goles le sitúan en la cima del equipo. Y así sucedió en la primera vuelta, en la que el Atlético se sostuvo gracias a sus remates. Bajó el rendimiento en el segundo tramo y se quitó de enmedio en muchas citas. Su propensión a las protestas y a las patadas fuera de lugar le han dejado, por expulsiones, fuera de muchos encuentros. Le falta concentración, probablemente porque llena los partidos de exagerados reproches a los compañeros. Cuando ha coincidido con Torres, ha dado la sensación de jugar contra sus desmarques.
- Dani. Ejerció de reactivo en los primeros compases de enero. Dejó calidad y goles vitales -ante el Betis, por ejemplo-. Pero duró poco. Llegó con fama de juerguista y vividor y confirmó su leyenda en cuanto probó la noche madrileña.
- Luque. Ha dejado carreras frescas y goles trascendentes, especialmente a balón parado. Corre más que juega: lleva la pelota descontrolada, se pasa de frenada en los recortes y es discreto tácticamente. Se ha impuesto por corazón, por su renuncia a vivir el tormento de la Segunda con indiferencia.
- Correa. Transmite desidia y eso le ha puesto la grada en contra. También la sensación de ir con algún kilo de más. En la era Marcos, escorado a la izquierda como falso centrocampista, se convirtió en el principal argumento ofensivo del equipo. Tiene habilidad y gol, pero debería sacarse las manos de los bolsillos. Otro de los que parece molesto con la Torresmanía.
- Njegus. Un descubrimiento en el lateral por su recorrido y su perseverancia. Ha desbordado por el costado más que nadie. Y ha defendido correctamente, aunque más por voluntad que por sentido táctico. Le falta templanza.Ocupa plaza de extranjero y eso le va a perjudicar. De lo contrario, sería fijo con Luis Aragonés.
- Hibic. Comenzó mal. Tan inseguro como Hernández, Amaya y los centrales que temblaron en el inicio de curso. Luego se entonó, ya junto a Gómez, especialmente en el juego aéreo.
- Santi. Ha vivido el trayecto con la misma profesionalidad y entusiasmo desde el banquillo como desde el césped. En sus horas más bajas como futbolista, trata de sobreponerse pasado de revoluciones y exageradamente agresivo.
- Aguilera. Mientras su físico resistió, la mejor baza del ataque. Más cerca del área rival que en años pasados, su velocidad hizo mucho daño al principio. La espalda mermó su rendimiento de forma considerable y metió en un doble problema al Atlético: perdió un gran extremo y ganó un mal suplente.
- Fagiani. Llegó del Boca Juniors en diciembre para dar carácter ganador. Ha generado más problemas defensivos de los que ha resuelto. Y en el ataque ha aportado poco: mucho centro desde lejos, mucho inservible recurso fácil.
- Mena. Un populista. Aparenta más de lo que hace. Tiene a la grada ganada porque pone cara de dejarse la piel. Pero como medio centro ha sido un problema. Porque se coloca mal, no distribuye, atasca la circulación, se pierde en batallitas...
- Cubillo. Zambrano intentó convertirle en el reactivo a los primeros desastres, Marcos Alonso lo devolvió a las galeras del filial y Cantarero le llamó en cuanto asumió el cargo. Buena pinta como organizador. Tanta que ahora parece desaprovechado.
- Wicky. Llegó con el mercado de invierno, pero hasta última hora no se le ha visto. Sin demasiadas pretensiones en su juego, pero muy útil. El Atlético juega con él más ordenado y equilibrado.
- Kiko. Le costó asumir una evidencia: no le queda nada del futbolista que fue. Se dejó la piel por ser el de siempre, pero sus piernas no le respondieron. Probablemente por estar más pendiente de conservar el equilibrio ante los envites de los rivales, su juego de espaldas esta vez no valió: el balón no le obedeció en los controles, se quedó sin ojos en el cogote y hasta sus pases perdieron precisión. El gol nunca fue su fuerte, pero tampoco como para irse del campeonato sin mojar. Como Toni Muñoz -aunque éste jugó menos-, reivindicó el partido de homenaje, la retirada, en cada una de sus actuaciones.
- Fernando Torres. Le metieron con calzador en el primer equipo, como medida oportunista para calmar los ánimos de una hinchada harta. Y resultó que el juvenil de oro estaba ya, a sus 17 años, muy por encima de sus mayores. Un fenómeno que ha tirado del equipo en el sprint final. Lo hace todo fácil y a una velocidad supersónica: tiene gol, pase, regate, control y descaro. Ninguna situación parece impresionarle.
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