El Atlético renueva su tormento
Amargo triunfo mínimo del cuadro de Cantarero, incapaz de buscar la goleada sobre el Getafe
De nada le valió al Atlético el gol de Luque. De nada, el aliento de la grada, que tampoco falló en Getafe. De nada, las facilidades de un rival que concedió un último asalto tranquilo y fácil. El Atlético ganó con las estrecheces de costumbre y se queda en Segunda. No recibió favores de terceros y tendrá que retorcerse una temporada más por el fango. Los pecados, muchos, ya los cometió. Y, aunque durante un momento creyó llegar a tiempo de compensarlos, tendrá que pagar por todos ellos.
El Atlético jugaba ayer en Getafe, pero jugó en casa. Porque las gradas se vistieron de sus colores, porque el adversario le rindió pleitesía y porque, en suma, la cita le resultó de una comodidad insultante y exagerada. El estadio Alfonso Pérez fue el Calderón; y el Getafe, aquí unos amigos.
GETAFE 0|ATLÉTICO DE MADRID 1
Getafe: Pablo; Darino, Cañizares, Fernando, Alain; Carlos (Bouli, m. 70), Mariano Juan (Pineda, m. 80), Nzinkeu, Cabezas (Chiqui, m. 46); Faizulin; y Maikel. Atlético de Madrid: Toni Jiménez; Njegus (Dani, m. 60), Santi, Hibic, Fagiani; Correa (Lawal, m. 82), Wicky (Cubillo, m. 82), Hugo Leal, Luque; Fernando Torres y Salva. Gol: 0-1. M. 27. Luque coloca en la escuadra izquierda de Pablo un lanzamiento directo de una falta a pocos metros de la frontal del área. Árbitro: Javega. Expulsó a Nzinkeu (m. 61) por doble amonestación. También mostró la tarjeta amarilla a Hibic, Darino, Hugo Leal y Cañizares. Unos 14.000 espectadores en el Coliseum Alfonso Pérez, de Getafe.
Para cómo pintó el partido tardó en llegar el gol de los rojiblancos. Media hora, lo que, bien mirado, es un madrugón de aúpa para las sesiones de angustia que se han gastado. Fue otra vez una falta lejana, una rosca acaramelada y precisa de Luque. Un rato de calma propia un tanto ficticia. Porque la paz verdadera del Atlético se discutía en otros campos y la afirmaban o la negaban los transistores.
Tal vez el Atlético podría haberse evitado vivir la jornada en vilo de las conquistas ajenas. Tal vez le habría bastado con dejarse la piel en la goleada. Porque la tarde sí parecía estar para los seis goles de más respecto al Tenerife que necesitaba para torcer de su lado un posible empate a puntos. Estaba así la tarde y lo estaba el Getafe. Pero el que no estaba para esos trotes era el propio Atlético, que se empeñó una y otra vez en arrojar a la basura cada oportunidad que se le abría de par en par y que casi siempre nacía de algún robo de pelota de Wicky, ayer disfrazado de Superman.
Pero el caso es que luego, tras el robo, no pasaba nada. Luque hurgaba muy bien por su callejón, pero se dejaba unas veces el balón atrás y en otras se precipitaba. En la otra banda, Correa conservaba su ritmo cadencioso en un panorama que exigía más revoluciones. Por el centro, Hugo Leal llegaba fácil, pero se evaporaba en la frontal. Y en punta, punta, Salva se complicaba en acciones trabadas y Torres, de nuevo el más imaginativo, el de mayores y mejores recursos, se perdía por las prisas en los metros de la verdad.
Así que, en cuanto se dio por descartada la goleada y en cuanto la rendición del Getafe resultó una evidencia, se vivió pendiente de las radios. Como lo que sucedía en el césped no era capaz de pellizcar ni al más eufórico de los mortales, la espera resultó fría, aburrida y... letal. Porque a un cuarto de hora del final el Atlético conoció la cruel noticia que le sepultaba. Llegaba de Leganés: ese gol del Tenerife que le obligó a abandonar Getafe con la cabeza baja, avergonzado, y con la condena de arrastrarse otro año por el infierno.
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