_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vocaciones

En el siglo pasado, Fukuyama anunciaba el final de la Historia y un grupo de pop-rock, Golpes Bajos, pronosticaba malos tiempos para la lírica. Pero la poesía, que es vicio solitario, como sabía Jaime Gil de Biedma, seguirá disfrutando en el tercer milenio, no lo duden, de una envidiable mala salud de hierro. La nave de la Historia, por su parte, prosigue su derrota sin hacer mucho caso a Fukuyama.

Lo que parece claro es que la fe hace aguas. Las vocaciones menguan y el rebaño amenaza con descarriarse irreparablemente. Los patrones del Vaticano, igual que los patrones de los barcos de pesca guipuzcoanos, vizcaínos o cántabros, cubren la falta de material autóctono con suramericanos, africanos o asiáticos dispuestos a bregar. Pescadores de almas o de atunes, da igual, el problema es el mismo. La cuestión es que muchos de los seminaristas negros, cobrizos o amarillos que estudian en Europa deciden no volver a sus países de origen, que suelen ser auténticas sucursales terrestres del infierno. Algo muy comprensible y muy humano. Pero en el Vaticano ha saltado la alarma. La importación de vocaciones tiene sus efectos perversos, que se parecen mucho a los de un bumerán. La llegada masiva de seminaristas del Tercer Mundo comienza a parecerse a una amenaza para algunos sectores eclesiásticos. Hay demasiadas vocaciones oscuras, eso lo tienen claro.

¿Pueden considerarse Italia, los Estados Unidos o España tierra de misión?, se preguntan algunos. Seguramente sí. Sólo hace falta echar una ojeada a la televisión y ver El precio justo o Gran Hermano. Muchos curas y monjas aspiran a venir a Occidente, dicen los cancerberos de la fe, 'por motivos no propiamente misioneros'. Primero nos metemos en sus casas a base de cristazos con la excusa de alimentar sus almas y ahora nos preocupa que vengan a la nuestra a la hora de comer y con la servilleta puesta sobre sus oscurísimas sotanas. Mientras tanto, el viejo seminario vizcaíno de Derio se ha convertido en un centro de estética. El culto al cuerpo manda. Sus fieles son legión y el altar tiene forma de jacuzzi.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_