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Reportaje:'El sastre de Panamá' | ESTRENOS

Diamantes reducidos a bisutería

No es ésta una excepción en la historia del cine, ni es una rareza que cada una de las piezas, o ingredientes, que componen El sastre de Panamá sea superior al filme considerado como fusión de todos ellos, como conjunto o como unidad. Hay otras muchas y muy ilustres películas hechas con trozos de diamantes que luego, una vez engarzados, dan lugar a una obra de pura bisutería.

El sastre de Panamá es un caso modélico de lo dicho. Es una pieza de buena bisutería cinematográfica que nos deja entrever por dentro brillos de diamante noble. Diamante y noble es el recio soporte literario que John Le Carré proporciona a Andrew Davis y John Boorman para que construyan y escriban un guión bien graduado, fluido y de factura solvente, pero hay que decir que con las aristas algo endulzadas -aunque con la atenuante de la bendición del autor- y en exceso confiado en la eficacia visual de la trama, que es trasladada tal cual del libro a la pantalla, sin que se busquen y rebusquen -que es lo que debe hacerse en estos delicados casos de cine respaldado por un novelista del fuste de Le Carré- equivalencias estrictamente visuales a la materia literaria de origen.

EL SASTRE DE PANAMÁ

Director: John Boorman. Intérpretes: Pierce Brosnan, Geoffrey Rush, Jamie Lee Curtis, Leonor Varela, Brendan Gleeson C. McCormack. Género: thriller. Reino Unido, 2001. Duración: 109 minutos.

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El otro traje de John Le Carré

La sombra de la novela sobre la película otorga a ésta una elegante textura y una suave y grave densidad, que son también diamante noble, pues a veces la pantalla expulsa hacia fuera el delicado aliento de una inteligencia superior encalmada y el golpe de honda sabiduría irónica de los comportamientos cínicos y esquivos, ese tipo de conocimiento de lo ambiguo y lo inefable que sólo alcanzan los ojos semicerrados de los hombres zurrados por el paso del tiempo y de los zorros escépticos que, como Le Carré y Boorman, han bañado su imaginación en muchas viejas aguas sucias.

Aunque sabiamente movido y conmovido por John Boorman -que, sin embargo, no sabe poner en marcha ese paradójico ritmo de calmosa trepidación que pide este relato de trastiendas y reboticas residuales de la mala lógica de la guerra fría, cuyos enrevesados vericuetos, entresijos y pozos negros Le Carré exploró e imaginó como ningún otro en la memoria del siglo XX-, el reparto de El sastre de Panamá hace agua por sus altibajos. Es irregular, no alcanza el buen engarce y la homogeneidad que requieren sus ágiles y veloces juegos de réplicas de tú a tú; y hace que Geoffrey Rush dé el tipo, pero se exceda en el gesto; que Pierce Brosnan dé el tipo, pero se quede corto en el gesto, y que sólo las apoyaturas de Brendan Gleeson, Jamie Lee Curtis, Leonor Varela y Catherine McCormack logren equilibrio entre ser y parecer.

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