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Que hablen

Francesc de Carreras

Se proyecta estos días en los cines de Barcelona Muerte en febrero, guión y producción de Elías Querejeta. La película trata del asesinato, hace poco más de un año, del político socialista Fernando Buesa y de su escolta, el ertzaina Jorge Díez. La explosión de un coche bomba preparado por ETA acabó con la vida de ambos.

Se trata, sin duda, de una obra de intención política. Y sin embargo, no espere el espectador que le expliquen las causas de la violencia en el País Vasco, los factores actuales que determinan la situación política o la coyuntura en la que se produce el mortal atentado. Si no recuerdo mal, en ningún momento se pronuncian las palabras ETA, PNV, Lizarra, Arzalluz, Oreja, Otegui... Todo transcurre, aparentemente, en otro plano, en el plano de lo personal, en el drama humano que produce el doble asesinato en víctimas colaterales, aquellos que no mueren, los que se quedan. Y a pesar de esta apariencia, nos encontramos ante puro cine político.

En efecto, la película se construye hilvanando recuerdos y reflexiones de familiares y amigos de las dos víctimas. No hay más argumento que las palabras pronunciadas por personas afectadas por ambas muertes: la esposa de Buesa, por un lado, y los abuelos, padres y cuadrilla de amigos de Jorge Díez, por otro. Todo ello, contrapunteado, en excelente montaje, por una voz siniestra que relata fríamente los pasos necesarios para cometer el atentado, y como paisaje de fondo, se repiten dos símbolos de la sociedad vasca actual: gente tranquila y satisfecha circulando por las calles y escenas de divertida alegría en unas fiestas tradicionales, bailando al ritmo cosmopolita de una banda formada por músicos de color que interpretan una pieza de jazz. Con estos sobrios y escuetos elementos se construye un filme apasionante que capta la atención del espectador desde el primero al último minuto.

Pero, en definitiva, ¿qué nos han querido decir Querejeta y sus colaboradores? ¿Nos han querido relatar, simplemente, la patética situación de quienes de golpe, por un accidente, se quedan sin marido, hijos, nietos o amigos? ¿Han querido tratar solamente la faceta humana del drama del terrorismo? ¿O también han querido trasladar al ánimo del espectador unos concretos datos políticos que ayuden a comprender por qué hay terrorismo en el País Vasco y cuál es la vía para acabar con él? A mi entender, la película de Querejeta pretende ir mucho más allá del puro drama humano y quiere reflejar un persistente problema de fondo: la sociedad vasca, en su conjunto, aún no se ha enfrentado con el terrorismo y ETA no será vencida hasta que ello suceda.

En efecto, las diversas reacciones de los personajes que aparecen en la película así lo muestran. Los dos abuelos de Jorge Díez están dotados de un perfil humano sólido y entrañable. Ambos, con matices, ni olvidan ni perdonan, pero no se plantean que las raíces donde encontrar la muerte de su nieto son políticas. La madre del ertzaina asesinado, mujer de fuerte carácter, sabe perfectamente que su hijo ha muerto por causas políticas, pero tampoco -en el filme por lo menos- se muestra dispuesta a tomar ninguna iniciativa que vaya más allá de lamentar amargamente la muerte de su hijo. La esposa de Buesa ya toma una perspectiva más política: se declara partidaria de perdonar a los asesinos. Al razonar políticamente, no ve posible un futuro en paz sin una reconciliación de todos los ciudadanos vascos.

Hasta ahí unas actitudes diversas por razones de edad, cultura y circunstancias personales, propias de una sociedad plural. Pero donde Querejeta lanza su mensaje es en las conversaciones de la cuadrilla de amigos de Jorge Díez, chicos y chicas de veintipocos años, y en las escenas que reflejan la normalidad de la calle y la alegría de las fiestas. Allí es donde Querejeta apunta al corazón del problema. Una parte muy importante de la sociedad vasca no se siente implicada ni responsable de que allí se mate, extorsione, amenace y se ejerza todo tipo de violencia con el fín de anular su libertad, de infundir miedo para condicionar su estado de espíritu, su manera de ver las cosas, su papeleta de voto ante las urnas.

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Ahí ETA ha triunfado: ha conseguido que los atentados y la violencia sean para muchos un elemento más de la vida cotidiana. Cada día hay gente que se muere de enfermedades, de accidentes; hay robos, hay violencia por causas varias: muchos vascos piensan que ETA simplemente es un elemento más de este desorden natural en la sociedad. No se dan cuenta de que la violencia etarra impide vivir en libertad a todos, no sólo a los específicamente amenazados. En las conversaciones de los amigos de Jorge Díez se habla de muchas cosas, pero no de las causas políticas que han determinado la muerte del compañero que constantemente recuerdan y añoran. El contenido de sus conversaciones sería el mismo si el amigo hubiera muerto en accidente de tráfico. No ven lo específico de su muerte ni por asomo muestran una reacción que los mueva a actuar para impedir otras muertes. Están prisioneros de la idea de que la violencia en el País Vasco forma parte del paisaje cotidiano y de que la culpa es de otros, que no va con ellos. Como telón de fondo, subrayan la misma idea otros dos elementos: la tranquilidad en la calle y el alegre bullicio de las fiestas.

Tras las últimas elecciones, las perspectivas de acabar con ETA han mejorado: al parecer, ETA y HB han quedado políticamente aislados. Pero hasta que toda la sociedad vasca tenga el coraje de reconocer que está globalmente amenazada, que allí no sólo algunos se juegan la vida sino que se impide el ejercicio de la libertad de todos, hasta que esta sociedad vasca no tome una postura clara y pública frente al terrorismo para que ETA y su entorno entiendan que están socialmente aislados, la violencia en el País Vasco no tendrá solución. Para que ello ocurra debe suceder, por ejemplo, que la cuadrilla de Jorge Díez no sólo evoque sentimentalmente la ausencia del amigo, sino que hable, que trate de averiguar, que se preocupe de las causas que la han producido. Éste es, me parece, el mensaje que ha querido trasmitirnos Querejeta, miembro de ¡Basta ya!, con su película.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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