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Columna
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Todo por no hacer cola

Un aspecto poco conocido de las guerras civiles es la facilidad con que la gente cambia de bando. Cuentan de un escuadrón de cosacos que se pasó al enemigo veinte veces, ahora con los rojos, ahora con los blancos, y así hasta veinte. Puede parecer exagerado. Pero hay que tener en cuenta que algunos jinetes desarrollan adicción por cabalgar a lomos de montura ganadora. Un vecino de Azkoitia, que mi padre conocía por Vivales, no necesitó caballo. No es que atravesara el frente, sino que el frente le atravesaba a él. Una noche, mientras dormitaba en la trinchera, los suyos sufrieron un ataque enemigo, pero él no se enteró. Al despertar, la retirada de su compañía le había dejado al otro lado. Todavía estaba pensando en cómo explicarse ante sus nuevos vecinos, cuando sobrevino una ofensiva que le colocó, otra vez, en el anterior bando. Y todo ello sin mover el culo de sitio.

Mientras cavilaba sobre la forma de librarse del fusilamiento reservado a los desertores, la voz del oficial le transportó a la gloria: 'Este hombre será condecorado por su heroico esfuerzo al mantener la posición'. Nuestro hombre contestó que no quería la condecoración. '¿Qué quieres entonces?' 'Quiero', contestó, 'no hacer cola para el rancho'. 'Pues que así sea'. Y cada día, mientras todos esperaban en la cola, llegaba Vivales con su plato y, sin darle mayor importancia, recogía su ración. Si algún recién llegado protestaba, los veteranos en seguida le explicaban la justeza del privilegio.

En este viaje he tenido oportunidad de acordarme de nuestro hombre mientras no dejo de hacer colas en museos y aeropuertos. La ciudadanía europea está simbolizada en la igualdad ante las colas. La espera en una cola del ciudadano libre da sentido a la causa de la abolición de los privilegios. Por eso, el camino iniciático de los inmigrantes sin papeles no empieza por la lengua de acogida ni por la conciencia sobre sus derechos, sino por saber hacer una inmensa cola a las puertas de la tierra prometida.

A los españoles no les gustan las colas (ni siquiera a los socialistas, como aquel vicepresidente de Gobierno que pidió el reactor oficial para evitar un atasco a la salida de los toros). Y yo que por vasca soy dos veces española -es decir, española moderna y prehistórica-, pues me cuesta, qué quieren que les diga.

Vivales era vasco de la más pura cepa. Pasaba de moderneces como la condecoración. Iba a lo positivo: asegurarse el rancho por delante de todos los demás. Mientras otros entonaban el 'Todo por la Patria' él era capaz de todo por no hacer ni una cola. No en vano le llamaban Vivales. Empapado en su cultura milenaria (más antigua que la árabe, no lo olvidemos), no se limitaba a esperar sentado a la puerta para ver pasar el cadáver de sus enemigos. Cuánto mejor hacerse el dormido mientras los otros terminan de matarse entre sí, y luego elegir entre los dones que vengan a ofrecerle: 'Eso no me interesa; esto otro, pues bueno'.

No se puede exigir que se ponga en fila quien tiene ganada la hidalguía universal. Y bien ganada se la tienen los cristianos viejos, que no albergan en sus venas sangre infiel. Aunque lo que realmente mola es su efecto pragmático que nos evita ponernos a la cola. Por eso fuimos los primeros en tramitar el Estatuto de Autonomía. Bastó con alquilar una avioneta mientras los catalanes esperaban cívicamente en la cola de Renfe a que les expidieran el billete para Madrid.

Todavía hay quien no entiende por qué los incendiarios la tienen tomada con los bancos y en particular con los cajeros automáticos. Es porque en los bancos los ciudadanos estamos aprendiendo a guardar cola detrás de una raya, sin amontonarnos sobre el que ha llegado a la ventanilla y respetando el derecho de los otros. Eso va contra nuestras esencias ancestrales y debe ser combatido jo-ta-ke, es decir, a sangre y fuego.

En una ocasión, siendo niña, llegué a conocer personalmente al héroe de este relato. Había oído hablar tanto de él que le saludé con naturalidad: 'Hola, Vivales'. Se echó a reír mientras mis padres se quedaban un poco avergonzados por mi indiscreción. Porque su verdadero nombre era Xabier. No llegó a dedicarse a la política, pero otros vivales vaya que sí lo han hecho.

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