Alto riesgo en el Camp Nou
Por uno de los muchos guiños del fútbol, el Barcelona vuelve el domingo a un escenario ya conocido y desde el que históricamente se le ha juzgado como un club fatalista o ganador, y nunca regular. El equipo se juega la temporada en la ruleta del último partido, un tipo de suerte que exige confianza y optimismo, justamente cuanto no tiene ahora y que en su día se le restregó a Cruyff para desmerecer su legado. El dream team revertió la historia azulgrana, y de las ligas perdidas años ha en Córdoba o el Calderón, se pasó a los campeonatos conquistados en el Camp Nou, con la complicidad del Tenerife y el Valencia. Por entonces, había en el fútbol un viento a favor del Barça.
Nada que ver con lo que ocurre hoy. El equipo llega a la jornada final apurado por un premio menor, la clasificación para la Liga de Campeones, y no envalentonado por ganar la Liga. El Barcelona ya no es el mismo ni los rivales le tratan igual. Frente al Barça comparece el Valencia, convertido más en un enemigo innecesario que en rival, no por una cuestión del juego sino de honor, una situación que explica lo mal que está haciendo las cosas el club azulgrana. El Barcelona se pasó el último trimestre murmurando sobre sus intereses en Mestalla: que si era ético anunciar que le convenía una derrota valenciana contra el Bayern Múnich; que si Cúper ya estaba fichado antes de la final de Milán; que si Ayala llegaría al Camp Nou de la mano del técnico argentino. Cháchara que se ha convertido en veneno.
El Valencia, y Cúper el que más, le tienen ganas al Barça, que se ha vivido un año a expensas de los demás. A la que ha dependido de si mismo, cuando le ha faltado referente, se ha extravíado, tanto deportiva como administrativamente, pues al igual que no ha encontrado su sitio en la cancha no supo retener a Figo, perderá a Guardiola y se pregunta qué hacer con Rivaldo. Más que mandar, la junta se ha preguntado a cada momento qué le convenía.
La falta de trazo ha agrandado las dudas del club, que tras perder autoridad y seducción, se va quedando sin credibilidad. En el tránsito de Núñez a Gaspart, el Barcelona ha pasado de tener siempre razón a no quererla. No hay manera de que a Charly se le ponga cara de entrenador ni a Gaspart de presidente, así que la entidad vive en la provisionalidad y los jugadores en la inopia.
El equipo no sólo ha estado mal sino que ha empeorado y, con su proceder, abona la tesis de que se impone renovar el vestuario. Los jugadores, al fin y al cabo, expresan en el campo los titubeos de la junta, de manera que acuden al partido del domingo con tanto recelo como los directivos. Unos y otros han complicado el partido de tal manera que díríase que al hincha no le mueve la esperanza de ganar sino su determinación a no consentir una última derrota. De ahí que el partido sea de alto riesgo tanto para los que juegan como para los que mandan, víctimas a cada jornada de un ataque de vértigo que les hace decir cosas de las que luego se arrepienten.Una jornada, en fin, para que cada uno pueda ajustar cuentas.
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