Mermelada
Lo que sigue es impopular y poco correcto, una impresión muy personal, que nadie tiene por qué respetar, compartir y ni siquiera resulta original: que la cultura sea un bien todavía minoritario necesitado de un severo aprendizaje inicial en las primeras edades. La chundaratera oferta de los gerentes de museos, teatros, salas de conciertos o de conferencias y bibliotecas públicas para que sean visitados por todo el mundo es falaz. Cifrar el éxito de una política cultural en la longitud de las colas que se formen en esos lugares tiene sólo efectos estadísticos y estólidos. Claro que siempre es preferible que las multitudes dediquen más tiempo a visitar las pinacotecas que a embriagarse en las tabernas, pero es aconsejable que antes hayan sido insinuadas nociones de lo que se va a ver, escuchar o entender. Tengo oído, no sé con qué intensidad, que ya se inculcan, tímidamente, en algunas escuelas públicas, todavía con carácter de ensayo. ¡Bravo!
Que el nivel de vida, en este aspecto, ha sufrido una fabulosa elevación está fuera de trato. Los conocimientos básicos llegan a la mayoría, pero conviene reconocer que el grado de ilustración es muy superficial. O sea, todo el mundo sabe leer, aunque resulte dudoso que entienda lo que recorren sus ojos. Alguna vez he recordado el título de esta columna de hoy, y procede de una pintada en los muros de la Sorbona, la universidad más antigua de Europa, en aquel ya desvaído mayo de 1968: 'La cultura es como la mermelada; cuanto menos hay más se extiende'. Quizás sea intrínsecamente bueno, pero no suficiente. Muchas cosas nos separan de los seres irracionales -incluidos los de nuestra propia especie- como la práctica del comercio, tomar vacaciones y utilizar un lenguaje articulado. Pues bien, escuchamos hasta el hartazgo que nuestro idioma -todos los idiomas cultos- está siendo devaluado, se enseña mal y se aprende peor, con un real desdén, por su práctica y su conservación. El vocabulario de un bachiller, incluso el de muchos licenciados, es de extrema pobreza.
En otro tiempo hubo un habla popular, castiza, de pintoresca sabiduría, y una forma de entenderse entre las clases afortunadas y ello provenía, con asumible lógica, del caudal de las fuentes nutricias. Mucho es de temer que el porcentaje hábil de alfabetos con cierto nivel no sólo siga igual, sino que haya retrocedido. Deja de ser importante el número de quienes se inician en la enseñanza secundaria o acceden a la Universidad, sino cuenta el de quienes acaban los estudios y, entre éstos, los que lo hicieron con provecho. Lo primordial no es participar, sino llegar a la meta. Referido a esto escuché a alguien atribuir la cita al barón de La Rouchefoucauld, que no era barón, sino duque, y jamás pronunció la sentencia deportiva; lo hizo el barón de Coubertin.
Los llamados medios de comunicación suelen ser un muestrario de ignorancia recurrente. Escuchamos -a veces leemos- que tal situación o circunstancia 'hace aguas', que quiere decir orina. En singular es correcto el símil, aplicado al barco que se va a pique por inundación o gruesa avería. 'Quemar las últimas naves' no lo dijo, ni lo hizo, Hernán Cortés. Las destruyó todas, que es lo meritorio. Para ilustrar un combate dialéctico, el locutor suelta: 'Las espadas están en todo lo alto', confundiendo la iniciación de la batalla o la esgrima con la tauromaquia. Un facundo político, sumergido en la solidaridad, estaba dispuesto 'a cortar una lanza' por sus correligionarios en apuros. Resultaría un poco ridículo ver al caballero sacándole punta a la pica, en lugar de romperla contra los adversarios. Con los acentos -que parecen llamados a desaparecer- nos armamos los mismos líos, que se consagran por la ignorancia. El 82,07% de la gente pronuncia élite, como esdrújula, porque ignora que la tilde, en francés, no es tónica. En ese idioma se dice como lo diríamos nosotros, es una palabra llana. Todos, todos los días nos abruman con el empleo estúpido de la negación que cambia el sentido de una frase: 'El problema no se resolverá hasta que no lleguen los fondos'. 'Hasta que Arafat no detenga la Intifada'. Hombre, Arafat, ¡párala de una vez!
Promover la cultura no es decir que se está promoviendo la cultura, ni que sean indispensables las gigantescas y costosísimas obras de la ampliación del Prado. A menos que se lo quiera transformar en un polideportivo. En resumen, falta la mermelada.
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