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Columna
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Un buen abogado

Y digo yo, ¿este tema del tabaco no podríamos resolverlo también con un buen abogado? Hay que reconocer que tiene casi todas las características de un caso del tipo J. J. Martínez, porque al fumador se le juzgó primero en el extranjero, también se piensa que está en el corredor de la muerte y, además, recibe mucho desprecio y hasta le escupen todos aquellos que se consideran ciudadanos superiores. Mezcladas con el caso del fumador, existen igualmente tramas oscuras, pruebas amañadas, conductas de riesgo y ex-adictos resentidos. Demasiadas semejanzas como para ser casual, puede que sea otro error de la justicia.

El uso del tabaco era un vicio que corrompía el carácter en las sociedades rurales y que trataban, también con poco éxito, los educadores de la época. Con las ciudades y la industria, con los humos, el estrés y el hacinamiento, el tabaco se convirtió en un hábito compulsivo que atacaba la propia salud y que los médicos aconsejaban dejar o, al menos, disfrutar con moderación. Pero con la llegada de la sociedad de servicios, cuando el foco psicológico cotidiano es la relación con los demás, el fumador atenta contra los que están próximos porque los contamina con algo que ya está usado, con el humo, haciéndoles respirar los residuos de su pequeño placer. Nos obliga a hacer algo que no queremos. Éste es un tema de abogado, sin duda.

El problema del fumador es de relaciones sociales, con toda seguridad, porque antes existía en las casas una salita para humear sin molestar a nadie y por las calles casi no se fumaba. Pero ahora estamos todo el día rodeados de gente y lo hacemos todo en público, exponiéndonos así a las iras de los demás porque fumamos, tenemos gripe, somos gordos o hacemos ruido. Y ya se sabe, los conflictos en las relaciones sociales se solucionaban antiguamente con normas, después con psicólogos, pero ahora se resuelve casi todo con abogados.

Los tratamientos individuales para dejar de fumar dieron poco resultado, porque a nadie le gusta cambiar el lánguido placer por unas pastillas o un parche en la piel, que a veces tienen más delito que un cigarrillo a tiempo. La moda de no fumar tuvo más éxito, porque la imitación es poderosa y a la mínima disculpa muchos la pusimos en práctica sin pudor alguno. Pero una cosa en la presión de la moda y otra muy distinta la represión social, que si llega a ejercerse de verdad provocará una oleada de nuevos adeptos y de viejas militancias, entre los que estoy a punto de contarme si esto continúa adelante.

En conclusión, el fumador necesita con urgencia un buen abogado, como en el caso de J. J. Martínez, que le retire rápidamente del corredor de la muerte, y también gente que le quiera para mejorar sus relaciones públicas, para provocar ternura y cariño, rompiendo así la imagen de que son gente de muchos humos y con poca consideración por los demás. O eso o la clandestinidad, como prefieran, que todo tiene su atractivo. Al fin y al cabo, espero que el lavabo de la oficina nunca llegue a estar considerado como lugar de trabajo sin poner en grave riesgo el orden natural de la administración.

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