Sostener y enmendar
Las previsiones de futuro son las más subjetivas de las previsiones por cuanto suelen estar mediatizadas por los anhelos de cada cual. Por eso, el futuro casi nunca responde plenamente a las expectativas de los individuos, pero en esa insatisfacción se generan nuevas razones y afanes de las personas que han ido catalizando el progreso de la humanidad. Otra cosa son las quimeras de los visionarios enfurecidos con una realidad que, sin admitirla ni comprenderla, pretenden cambiarla con rabia y sin razones. La rabia destila dogmatismo, engendra violencia y sólo conduce al desastre. Para sostener el empeño de los primeros atemperando sus impulsos y enmendar a los segundos está la política.
Por una pugna tan básica como la anterior ha estado marcado el proceso electoral en el País Vasco. Para elevar la política a estadios similares a los alcanzados en el resto de España o en cualquier Estado democrático habrá que seguir alentando a cuantos quieran promover la normalización democrática de Euskadi después del 13 de mayo. Ya sean los que han obtenido el respaldo mayoritario en las urnas o los que legítimamente se marcaron el objetivo de formar Gobierno, aunque los escaños obtenidos no les hayan permitido colmar ahora sus aspiraciones.
Todos los análisis de los resultados coinciden en celebrar la fuerte caída de EH, pero a continuación se orientan, como es normal, a distribuir críticas y alabanzas entre las restantes opciones que se presentaban a las elecciones, en función de las personales preferencias políticas de sus autores o de sus deseos para el futuro. Sin embargo, algunos de los recientemente publicados dan la impresión de estar más inducidos por las naturales pretensiones que abrigan para el próximo Gobierno de España que enfocados hacia la 'unidad democrática' en la Comunidad Autónoma Vasca que todos ellos dicen propugnar; es decir, las perspectivas políticas que albergan para España les dificulta ver que quienes podrán enfrentarse electoralmente con total normalidad en el ámbito estatal tuvieron que coincidir en Euskadi en la defensa de los derechos de ciudadanía más elementales.
La necesaria unidad de los demócratas vascos no hay que construirla, sino completarla con los nacionalistas del PNV-EA, si así lo desean de nuevo, a partir de la que empezaron a construir entre los distintos foros y plataformas por la libertad el PSE y el PP. Cuando se formula la convergencia democrática parece imputarse a estos dos partidos la responsabilidad de haberla fracturado, lanzándose por el despeñadero del frentismo con aires de cruzada antinacionalista. Se olvida que la ruptura empezó a fraguarse en las postrimerías del último Gobierno de coalición entre el PSE y el PNV, cuando éste inició su política de acercamiento a HB y aquél se vio obligado a salir del Gobierno a pocos meses de las elecciones. Que cristalizó en el Pacto de Estella y se profundizó con la formación del primer Gobierno de Ibarretxe gracias a los votos de EH a cambio de las contrapartidas institucionales que, además de irritar a las víctimas del terrorismo, no podían dejar de repugnar a cualquier demócrata. Aquel pacto sí constituyó un frente político con un mismo perfil ideológico, el nacionalismo; con un programa y objetivos comunes: la construcción nacional hasta realizarla en una Euskal Herria imaginada por encima de dos Estados configurados democráticamente, el español y el francés, englobando, además, a otra comunidad autónoma, Navarra; que se dotó de una fantasmagórica instancia, Udalbiltza, corolario seudoinstitucional de lo que definieron de común acuerdo como el ámbito vasco de decisión, limitado a quienes les otorgasen la ciudadanía vasca según su particular y excluyente criterio, pero sufragando su funcionamiento con el dinero de todos los vascos sin excepción.
No es lo mismo formar un 'frente' político para atacar a otros que verse en la necesidad de compartir la trinchera en la que refugiarse para no ser asesinado. Éstos, teniendo en común sus ansias de vivir en paz y de expresarse libremente, eran y han seguido siendo diferentes en todo lo demás: en orientación ideológica, en sus respectivos proyectos políticos de futuro, en condición social, etcétera. Militantes y cargos públicos de distintos partidos, profesores, intelectuales, sindicalistas, periodistas, jubilados, trabajadores de las más variadas profesiones y toda una gama tan diversa al fin como lo es cualquier sociedad de nuestro tiempo. Quienes viviendo en semejante trance se deciden a salir de la trinchera para manifestarse en las calles, para hablar y escribir en cuantas tribunas públicas pudieran hacerlo, aun arrostrando el sinvivir bajo amenaza de muerte y el no-vivir rodeados de guardaespaldas, no se merecen ser acusados de haber lanzado cruzada alguna, sino saludar su lucha y compartirla para defenderles y defendernos de los 'cruzados' totalitarios que persiguen con la mayor saña a cualquiera que consideren infiel a su quimera soberanista. Lucha en la que no han estado por igual todos los demócratas vascos, aunque todos hayan deplorado la violencia.
Ciertamente, los métodos son definitorios en democracia. Los que no se comparten, como la violencia, y los que se dejan de emplear contra los violentos para garantizar la vida y la libertad de toda la ciudadanía. Por repudiar la primera es obligada la utilización de todos los matices que diferencian claramente al PNV de los violentos, pero criticarle por no emplearse a fondo en su persecución no puede tildarse de inquina demonizadora contra el Gobierno nacionalista. De otra parte, cuando se comienza por asumir fines que no pueden alcanzarse por vías democráticas, como son los de ETA, no es extraño que se llegue a edulcorar la kale borroka como cosa de 'chiquillos' o a indignarse cuando se detiene a un comando informativo de la banda terrorista. Pero tampoco cabe escandalizarse porque se califiquen de condescendientes con la violencia tales reacciones del presidente del PNV.
También le han achacado al PSE un supuesto seguidismo respecto del PP los mismos que pasan por alto su desdibujamiento durante dos décadas en Gobiernos presididos por el PNV. Sin embargo, la inequívoca posición de Nicolás Redondo Terreros a favor de gobernar en el marco constitucional y estatutario -'no para superarlo, sino para profundizar en él...'- les ha aportado al PSE y al PSOE una gran solvencia como partido de gobierno, para el de Euskadi y el de España, respectivamente, que puede mermarse con algunas de las sugerencias que está recibiendo después del 13 de mayo para desmarcarse de aquella posición, que sumó voluntades democráticas, restando rivalidades por el protagonismo circunstancial. Y su coherencia durante toda la campaña le ha granjeado la fiabilidad necesaria para retener a muchos electores de izquierda y ganar otros nuevos que se habrían abstenido o incluso hubieran votado al PP, como algunos de ellos dejaron entrever de no haberle creído más a él que a ciertos ex dirigentes del PSOE que sembraron de dudas el final de la campaña electoral socialista con sus discursos y artículos de prensa.
Es contradictorio criticar ahora al PSE por no haber adoptado otra actitud -sin concretar claramente cuál debería haber sido- para habilitarse como mediador tras elecciones, ya que los mediadores en todo conflicto social o político son quienes no están involucrados con ninguna de las partes ni representan a nadie en particular; es decir, deben colocarse en 'terreno de nadie'. Ese espacio en la política vasca da para lo que ha obtenido IU-EB, tres escaños, que los celebran como un gran triunfo, cuando siguen sin recuperar la mitad de la representación perdida desde la penúltima legislatura.
Guste o no, la polarización en Euskadi ni siquiera responde -lamentablemente- a esquemas bipartidistas en los que se disputa la alternancia entre dos partidos, como ocurre en democracias normalizadas, sino que se dirime entre la necesidad de gobernar prioritariamente para defender la vida y los derechos civiles o seguir gobernando para un proyecto nacional, implanteable mientras se siga matando. En situaciones como ésas, el 'terreno de nadie' es el cuarto trastero de quien gobierna, como ha quedado patente antes y después de las elecciones, mal que les pese a quienes jugaron a ocuparlo. Afortunadamente, no cayó en esa tentación el PSE y, de mantenerse en la posición defendida antes del 13 de mayo, depende que no sea plato de segunda mesa, para ser, cada vez más, un vector determinante para que la gobernanza del País Vasco sea la resultante vectorial de todas las fuerzas democráticas. Combinación en la que cada partido es valorado por sí mismo y en la que todos tienen la posibilidad de aspirar a convertirse en núcleo central de futuros Gobiernos en función de sus propios esfuerzos. Ésta será más deseable que aquellas otras composiciones en las que el papel predominante se le adjudica a dos formaciones y al tercero se le asigna el de moderador entre ambas. Este último no sería muy recomendable para el PSE, al menos para quienes desearíamos que algún día pudiera gobernar la izquierda en Euskadi. Porque los moderadores dan las palabras, pero casi nunca son los que de verdad dirigen la función.
Mantener la aspiración de formar un Gobierno alternativo en Euskadi, aparte de legítima, es muy saludable para la moderación de todos -que buena falta hace en el País Vasco-, empezando por la del propio PNV, como se está demostrando a raíz de los últimos atentados, poniéndose más cuidado en la relación con los demás partidos y más energía en sus mensajes a los terroristas y a quienes no les condenan todavía. De otra parte, también será un acicate para enmendar errores que nunca tuvieron que cometerse, como la ruptura de las relaciones institucionales entre los Gobiernos español y autonómico. Tal vez, el más fructífero de los diálogos, el que debe darse entre quienes se reconozcan con capacidad para gobernar, en el que cada cual sea responsable de lo que diga y ninguno haga de correveidile de los otros, sea el que se sustancie en el foro de diálogo por excelencia en una democracia, que es el Parlamento. Sin necesidad de inventarse nuevos ámbitos parecidos a los recientes o a los más lejanos, que aun con la mejor voluntad reflejaban, de entrada, la insuficiencia de las instituciones democráticas, y de salida, los rifirrafes que horadaban la credibilidad de aquéllas.
Para vencer al terrorismo y ganar la paz es imprescindible que toda la ciudadanía vea sus instituciones, que acaba de votar masivamente como nunca lo había hecho, como el cauce más claro y directo para el tratamiento de sus problemas más acuciantes, en el que se formulen las soluciones más nítidas para afrontarlos y del que se obtengan los resultados más tangibles, poniendo la máxima eficacia en la utilización de todos los medios que la democracia ha puesto en sus manos y han de estar al servicio de los ciudadanos.
Seguramente tendrán que enmendar errores en todas las sedes partidarias para que se esclarezcan las perspectivas de Euskadi, pero habrá que sostener y robustecer a quienes mayor afán por la luz han demostrado. Personas que no han ostentado nunca cargos partidarios o ya los dejaron, que no han cesado de luchar por la libertad desde aquellos tiempos en los que no todos los oprimidos por el franquismo eran luchadores antifranquistas, que han sido siempre demócratas antes que nacionalistas, comunistas o socialistas, cuando otros tuvimos que pasar un largo aprendizaje hasta reordenar nuestra jerarquía de valores. Hombres y mujeres que no aspiraban a un acta de diputado ni han demostrado la más mínima pretensión de suplantar a otros, ni como publicistas electorales ni, menos aún, como responsables de campañas ajenas. Que sólo anhelan obtener carta de naturaleza como ciudadanos y ciudadanas libres junto a todas las demás personas que integran una misma comunidad y que en ella se alcance la reconciliación porque se haya hecho justicia, y que a su progreso en paz y en libertad puedan entregar lo mejor de sí mismos. A personas como Savater, Ibarrola, Vidal de Nicolás, Cristina Cuesta y a tantas otras les debemos la esperanza.
Antonio Gutiérrez Vegara es miembro del consejo asesor de la Fundación Cultura y Cambio Social.
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