A propósito de pateras
Hace unos meses me desperté con una vision extraña: una patera había encallado a unos cien metros de mi casa de inmigrante blanco y con papeles. Con la vista algo endormecida, me pareció una escultura de Chillida, ocre, destacada en el magnífico risco de Famara. Me acercé y en realidad era una barcaza de madera bruta, sencilla, eficaz como lo eran los vagones de animales que llevaban los judíos y demás a Dachau hace no tanto tiempo. Tuve tiempo de enseñarla a mis hijos antes de que las autoridades la destrozaran brutalmente, a gran pesar de mis amigos pescadores, que saben lo que es fabricar una barcaza de madera. Hay que ver una patera de cerca. Es un ataúd flotante, llenísimo a tope de esperanza y de desesperanza, de tragedia como estos vagones.
Hace unos días, salí a medianoche a mirar la mar tan cerca de la casa. En tantos años nunca la había visto tan apacible, tan tranquila, parecía que se podía caminar encima hasta La Graciosa bajo la suave luz de la luna. Pensé en este momento en las pateras, más tranquilizado por el estado del mar, seguro de que por lo menos la travesía sería menos peligrosa. Me dio un momento de relativa felicidad. Pues, no. El día siguiente me entero de que 15 candidatos a la esperanza se habían ahogado... El comunicado del Portavoz de la Verdad Inapelable, este hombre que lleva un nombre de Papa antiguo, empieza por: 'Sencillamente', seguido de los habituales etcéteras. Y se archiva el caso como un agujero en el agua. Con 15 vidas dentro... Sencillamente, quería decir que ni en Lanzarote ni en Fuerteventura los profesionales de la mar y el pueblo ven esta tragedia tan 'sencillamente'.
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