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Columna
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Censos

Estaba leyendo los periódicos y entonces ocurrió, en un segundo, de esa manera en que ocurren tantas veces las cosas, sin avisar, sin música de fondo, por la espalda: de repente, me detuve y me hice una pregunta que cambió mi vida. Estaba leyendo otra noticia sobre los censos intercontinentales con que el invencible Partido Popular de Galicia gana una y otra vez las elecciones a la Xunta, esos censos que afirman que tenemos miles de compatriotas centenarios en Buenos Aires, en La Habana, en México y en otros países de Latinoamérica, gente que ha sobrevivido a tantas guerras y exilios, que ha saltado por encima del tiempo y de la Historia -'Historia, musa de la muerte', dice el poeta Gonzalo Rojas- y aún sigue luchando por su país y por su tierra perdida, pelea desde lejos por su democracia, dándole su voto a Fraga, bendito sea.

De pronto, como digo, me hice una pregunta que cambió mi vida: ¿Y si el PP no mintiese? ¿Y si de verdad hubiera miles de españoles de más de cien años en Latinoamérica? ¿Y si, de hecho, los hubiera también en la propia España, y no sólo centenarios, sino incluso bicentenarios o tricentenarios? ¿Y si de verdad el extraordinario Manuel Fraga tuviera el don de resucitar a los muertos o, como poco, de mantener eternamente vivos a los vivos?

Inmediatamente, se me vino a la cabeza el nombre de doña Emilia Pardo Bazán y escribí una carta al PP. 'Estimados señores: me gustan las novelas de Emilia Pardo Bazán; me gustan Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza. Me gustaría, también, que doña Emilia pudiese escribir algunos otros libros. Por lo tanto, me dirijo a ustedes para pedirles que la resuciten. Sin duda, doña Emilia no tendría ningún inconveniente en votar a Fraga en las próximas elecciones a la Xunta, a cambio de su generosa intervención. Me permito, además, pedirles un pequeño favor: ya sé que ninguno de ellos es gallego y que, por lo tanto, no pueden darle sus votos a Fraga, pero ¿sería posible que don Manuel, bendito sea, resucitara también a Gustavo Adolfo Bécquer, Larra, Benito Pérez Galdós y Pío Baroja? ¿Y a Lorca y Neruda, aunque éste sea chileno? Todos ellos fueron ilustres habitantes de Madrid, y todos ellos, no me cabe la menor duda, sabrían agradecerles su gesto en las próximas elecciones generales. Ya comprendo que lo de Neruda es puro capricho, pero es que me gusta tanto su poesía... A la espera de sus noticias, les saluda atentamente: Benjamín Prado'.

Tras dejar la carta en la calle de Génova, fui a la plaza de España, me detuve frente a la estatua de doña Emilia Pardo Bazán y le dije, algo solemnemente: 'No te preocupes. Muy pronto estarás otra vez aquí'.

Sin embargo, debo reconocer que, al pasar unos días y no tener noticias, empecé a impacientarme. ¿Por qué no resucitaba doña Emilia? ¿Se trataba, quizá, de algún pequeño problema burocrático? Dejé otra carta en Génova, pero sin ningún éxito.

Y así, poco a poco, fueron pasando los días, y después las semanas. Algunas noches iba a la calle de Claudio Coello, esperando ver aparecer a Gustavo Adolfo Bécquer por la puerta de la que había sido su casa. Algunas tardes me pasaba por la calle de Hilarión Eslava y me ponía a esperar a don Benito Pérez Galdós. Algunas mañanas fui a la calle de Santa Clara, esperando que llegase Mariano José de Larra para comentar con él su suicidio, para que me dijese qué sintió aquel atardecer del 13 de febrero de 1837, qué le hizo coger su pistola y pegarse un tiro. Tengo que admitir que no ocurrió nada. Es más, Pío Baroja tampoco apareció por la pastelería Viena Capellanes, como yo esperaba; ni Federico García Lorca dio señales de vida en su casa de la calle de Alcalá; ni, por supuesto, se supo una sola palabra de Pablo Neruda en la Casa de las Flores del barrio de Argüelles.

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Ahora, cada vez que paso por la plaza de España, me da la sensación de que la estatua de doña Emilia Pardo Bazán me mira como si dijese: '¡Maldito mentiroso!'

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