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Reportaje:

Error humano o incompetencia militar

El Tribunal Militar Central juzga a un teniente coronel y a un sargento por la muerte de un teniente en un ejercicio

Miguel González

Los militares y los jueces son los únicos profesionales que se juzgan a sí mismos. Una responsabilidad más que un privilegio si se ejerce con rigor, pues cualquier corporación es remisa a lavar sus trapos sucios en público. Es probable que si el padre del teniente Arturo Vinuesa, fallecido el 10 de abril de 1992, a los 26 años, no hubiera sido también un militar, y un hombre empeñado a toda costa en aclarar la muerte de su hijo, nunca se hubiese celebrado el juicio que comenzó ayer en el Tribunal Militar Central de Madrid.

Para un coronel del Ejército, mucho más que para un civil, resultaba indigerible la versión del informe oficial, suscrita por el hoy general Vicente Díaz de Villegas, entonces jefe de estudios de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales de Jaca (Huesca), según la cual la muerte del teniente fue un 'accidente imprevisible' que, 'desgraciadamente, forma parte de las estadísticas cíclicas'.

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Por tres veces intentó el juez instructor archivar la causa contra los mandos y limitar la responsabilidad al autor material de los disparos, el sargento Diego Caballero. Y por tres veces recurrió el coronel Vinuesa hasta conseguir que, nueve años después, se siente también en el banquillo el teniente coronel Cándido Alonso, responsable de la ejecución del tema táctico Murciélago 92, del curso de mando de operaciones especiales, en el campo de maniobras de San Gregorio (Zaragoza).

El ejercicio consistía en un ataque de comando contra un supuesto centro de transmisiones enemigo, una tienda de campaña en la que se introdujo el teniente Vinuesa para colocar una carga explosiva. Todavía se encontraba en su interior cuando el sargento alumno, confundiendo una granada iluminante con una bengala, la barrió con su ametralladora AML.

Los cinco miembros del tribual, tres militares jurídicos y dos mandos del Ejército, tienen ante sí dos versiones de los hechos. El fiscal sostiene que la muerte del teniente fue fruto de una imprudencia temeraria del sargento, quien llevado de su 'exceso de celo' y la desorientación -el ejercicio se hizo de madrugada y con escasa visibilidad- abrió fuego sin respetar las medidas de seguridad. Pese a las letales consecuencias, sólo pide para él una pena de tres meses de arresto, sin consecuencias prácticas, pues ya está retirado por enfermedad, mientras reclama la absolución del teniente coronel.

Por el contrario, para la acusación particular, la negligencia empezó con el propio diseño del ejercicio, por lo que solicita cinco años de cárcel para cada acusado. La clave está en las señales que debía recibir el sargento antes de dirigir su ametralladora contra la tienda de campaña. Todos coinciden en que eran tres: el lanzamiento de una bengala blanca, una orden por radio y el contacto físico con un enlace.

Pero el teniente coronel sostuvo ayer que era necesario que se produjeran las tres antes de abrir fuego, mientras que el sargento aseguró que eran medidas alternativas, por lo que bastaba con sólo una de ellas.

La duda se habría resuelto fácilmente si hubiese aparecido la orden de operaciones, el guión detallado del ejercicio. El director general del Cesid, Javier Calderón, entonces director de Enseñanza del Ejército, citado como testigo, ratificó en su día que no era necesario elaborarlas en pequeñas unidades como la implicada. Y el teniente coronel dijo ayer que, aunque las normas didácticas determinaban que se encargarse a los alumnos como ejercicio, los profesores no estaban obligados a hacerlo.

Sin embargo, el capitán Miguel Rodríguez, entonces alumno, declaró durante la instrucción que entregó al teniente coronel el informe, que nunca más ha aparecido. En el sumario figuran, sin embargo, las notas manuscritas que éste tomó para elaborarlo. De ellas se deduce que las medidas de seguridad eran alternativas y no complementarias

El argumento más contundente lo dio ayer el propio sargento durante el interrogatorio: 'Si alguien hubiera tenido que venir a avisarme, me habría despreocupado de todo lo demás y jamás me habría equivocado'.

Tampoco, si hubiesen esperado a un enlace, le habría preguntado el profesor que estaba a su lado cuando el sargento le anunció que iba a disparar : '¿Estás seguro?' No era el único desorientado aquella noche, en que fallaron las granadas iluminadoras, se atascó una ametralladora y se retrasaron los lanzagranadas, entre otras anomalías.

Con todo, lo más sorprendente es por qué se decidió disparar contra una tienda que en pocos segundos iba a volar por los aires. El propio Tribunal Militar Central, en uno de sus autos, ya se cuestionó 'la absoluta necesidad de que, en tiempo de paz, se diseñe un ejercicio de instrución en el que se emplee fuego real sobre un objetivo que pudiera estar ocupado por personas'.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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