La irrelevancia del tipo único
El PSOE ha abierto un debate acerca de cómo debe ser el IRPF. Sus propuestas, deliberadamente incompletas y tentativas, contienen elementos valiosos (integrar en la renta vital determinadas subvenciones públicas o depurar ciertas deducciones), medidas cuestionables (trasladar a la cuota las deducciones por hijos o gravar las plusvalías al tipo general) y omisiones sustantivas (eliminación de ciertas exenciones, reducción de la evasión y elusión fiscal, uniformidad de la fiscalidad de los rendimientos del capital, viabilidad financiera del proyecto, etc.). Con todo, la propuesta que inicialmente ha suscitado mayor debate es la de establecer un tipo único (quizá ampliable a dos) similar al de sociedades (35%) y combinarlo con un mínimo exento amplio (tres o cuatro veces el actual).
Sobre esta propuesta, lo primero que debe quedar claro es que un tipo único con un mínimo exento da lugar a un impuesto progresivo. Los más ricos pagan un porcentaje mayor de su renta en impuestos y, como resultado, el impuesto reduce la desigualdad de renta que había antes de aplicarlo. También es patente que si, como se propone, el tipo único es menor que el marginal máximo actual, las rentas más altas pagarán menos impuestos y, si la recaudación permaneciera constante, las rentas medias pagarían más. Si la recaudación disminuyera es posible que todos, o la mayoría de los contribuyentes, pagaran menos impuestos. Pero, en cualquier caso, aunque progresivo, el IRPF de tipo único lo sería menos que un impuesto comparable con tipos marginales crecientes. Si se plantean otras medidas para paliar esta pérdida de progresividad, habría que demostrar que conllevan aumentos de la base porcentualmente mayores para las rentas más altas. Y si fuera cierto, la ganancia de progresividad se derivaría de estas medidas (que también podrían aplicarse con la escala actual) y no del tipo único.
Que una reforma reduzca la progresividad no es inaceptable porque el grado adecuado de progresividad es una cuestión subjetiva y puede haber quien piense que la actual es excesiva. Incluso quien esté a favor de la progresividad actual, puede aceptar una reducción si, a cambio, se gana algo en términos de eficiencia, equidad, sencillez o reducción del fraude.
El problema es que no hay ganancias significativas que se deriven de introducir el tipo único o, de hecho, de que la escala tenga más o menos tramos. El tipo único no implica mayores facilidades para el contribuyente (a no ser que se dude seriamente de su inteligencia y se piense que le es más fácil buscar sus impuestos en una columna con dos filas que en otra con siete). Para la Administración, las cosas tampoco son más sencillas, porque al mantenerse la progresividad y determinadas deducciones, ni es más fácil ajustar las retenciones al pago final ni se reducen los costes de gestión.
El impuesto lineal minora, pero no resuelve, los problemas asociados a la progresividad y el crecimiento del tipo marginal (acumulación y concentración de rentas, efecto escalador debido a la inflación). En cuanto a la eficiencia, las ganancias son poco claras, ya que, dejando al margen sofismas sin relevancia empírica (como cuando los tipos marginales son iguales a uno), dentro de amplios márgenes la mayoría de las decisiones económicas son independientes del tipo marginal.
Finalmente, incluso si el tipo único se aproxima al de sociedades, argumentar que esto va a desincentivar el fraude o la creación de empresas instrumentales conlleva una dosis de optimismo considerable. Así, las mayores ganancias de crear empresas interpuestas provienen de elusiones y fraudes que permiten transformar gastos personales no deducibles en gastos societarios deducibles o trasladar renta a terceros países con tributación baja o nula. Para eliminar estos y otros fraudes, lo que hay que hacer no es bajar los tipos del IRPF, sino mejorar el diseño del impuesto y actuar contra quienes los realizan.
La conclusión es obvia. Poner como centro de una reforma un tipo único es equivocado. Significa renunciar a la progresividad a cambio de poco o nada e introduce un elemento de discusión que oscurece los problemas reales de diseño y gestión del IRPF actual. Cuestiones como si es aceptable que contribuyentes con igual renta paguen impuestos radicalmente distintos, cómo eliminar las ineficiencias e inequidades en la tributación de los rendimientos del capital, si las deducciones actuales están justificadas, la relación real entre IRPF e incentivos, si es sensato tender a un sistema de retenciones liberatorias o qué medidas tomar para reducir la evasión y la elusión fiscal son más relevantes que si la escala debe tener uno, dos o cuatro tramos.
Ignacio Zubiri Oria es catedrático de Hacienda Pública en la Universidad del País Vasco.
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