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VISTO / OÍDO
Columna
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La bufanda

Las madres, independientemente de nuestro sexo, decimos a nuestros hijos lo de la bufanda cuando van al colegio, donde les cuelgan de unas cuerdas encima de un río caudaloso, se caen y se ahogan. Son residuos de la educación viril y militar, subfascismos. En lugar de hacerlos desaparecer, los extendemos a las niñas. Hay un barullito, a escala de columnistas, sobre la posibilidad de que haya majorettes en los desfiles militares. Me escandaliza más el documental que pasa Canal +: una escuadra de legionarios donde hay una chica enrolada, que titubea al cantar que es 'novio de la muerte'. Qué más da, la muerte no tiene sexo. Quiero decir que al niño que se le enseña a pasar ríos por los aires se le está imbuyendo ese espíritu de 'vivir peligrosamente', que decía Mussolini como una de las grandes ilusiones del fascismo. Cosas del Frente de Juventudes, del espíritu legionario, el de la Guardia Civil, que son dos de los grandes modelos de la clonación a la española antigua. La Guardia Civil inundó la patera con el oleaje de su barco, deslumbró y aterrorizó a los inmigrantes: se ahogaron quince. Una a los pescadores las sospechas de la forma en que se produjo el accidente, para rehuir la censura democrática. O las represalias. O las normas de cada Libro de estilo acerca de los rumores, donde tantas veces reside la verdad (quiero decir la realidad, que es distinta de la verdad: se distingue, sobre todo, en que la verdad no existe).

Los accidentes son hijos de sí mismos: cuestiones de segundos, inoportunidades, distracción, olvido y generalmente de mero azar. Pero nos gusta perseguir culpables: es el carácter de estas sociedades, de nuestra mezcla de judíos, moros y cristianos, de venganzas, de odios. No creo que sean los monitores o el colegio los responsables: cosas por encima. La educación premilitar, el deporte de riesgo, las emociones espurias que tuvieron valor hace años; y la caza al emigrante, al pobre que quiere algo más que caridad, el racismo: el alarde de un par de ministerios y un jefe de gobierno en instalar muros de radar y hombres para que no llegue el enemigo. Un enemigo desarmado, helado de frío y agua, hambriento, aterrorizado. Qué pena de cristianismo: si hubiera sido verdad.

('Ponte la bufanda', decía mi madre. 'Si oyes disparos, entra en un portal. Si caen bombas, corre al metro...').

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