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Columna
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Futbolistas

Esta vez el delegado del Gobierno tiene razón. Los pactos se hacen para cumplirlos, y los jugadores del Real Madrid no cumplieron. Habían acordado días antes que, si el domingo pasado vencían al Alavés y se proclamaban campeones de Liga, la Cibeles no sería pisoteada y que sólo subirían al monumento uno o dos miembros del equipo para colocar una bandera. Eso fue lo hablado y lo que los mocetones merengues se pasaron en la noche triunfal por esa parte de su anatomía que tanto suelen tocarse en el terreno de juego. Es como si la euforia que produce la victoria les concediera patente de corso para encaramarse a todo aquello que se les antoje.

Los alegres muchachos del Madrid se permitieron una vez más el lujo de burlar públicamente una norma que, de hacerlo cualquier ciudadano de a pie, daría con sus huesos en comisaría. Si la ley es igual para todos, después del espectáculo del pasado domingo nadie puede impedirme trepar por el cuerpo pétreo de la diosa si me da la ventolera o tengo un subidón de gloria. Por muchas tonterías que hiciera, la acción de los jugadores madridistas siempre cosecharía efectos sociales bastantes más perversos. Ellos son, para millones de jóvenes, auténticos héroes, y su comportamiento, un referente que influirá en el suyo. Difícilmente podremos convencer a los chicos de que respeten nuestro patrimonio cultural cuando ven a sus ídolos juergueándose encima de la Cibeles en loor de multitud.

Esa contagiosa falta de respeto por el bien común se evidencia igualmente en la hinchada que les jalea. Los efectos de su paso por la plaza en la noche de autos sólo son comparables a la marcha de las hordas de Atila. Es más, dudo mucho que la temible caballería del caudillo huno pusiera tanto empeño en arrasar los setos de arbustos y los macizos de flores de las isletas frente a Correos y el Banco de España, hasta desaparecer en su totalidad. Levantaron 250 metros de césped y varios árboles recién plantados fueron igualmente arrancados. Todo un bochorno para la ciudad y para el Club Blanco, cuyo presidente ha tenido, sin embargo, la gallardía de salir al paso comprometiéndose a pagar los seis millones y medio en que han sido evaluados los daños.

Un talante muy diferente al mostrado por la anterior directiva, que nunca puso un duro para sufragar los cuantiosos desperfectos ocasionados por la celebración de las dos últimas Copas de Europa cosechadas por el Real Madrid. Es igualmente de agradecer el que Florentino Pérez no haya justificado el asalto de los jugadores al monumento exaltando la belleza de sus cuerpos atléticos como hizo en su día el entonces vicepresidente Juan Onieva. Ahora, al menos todos parecen estar de acuerdo en que lo que ocurre en la Cibeles cuando gana el Real Madrid, y en Neptuno, las pocas veces que el Atlético de Madrid da una satisfacción a los suyos, es sencillamente inadmisible. El alcalde Álvarez del Manzano se ha declarado cabreado, motivos tiene para ello. Desde la oposición le han recordado hasta qué punto resulta ridículo invertir en campañas de protección de los monumentos públicos mientras se consiente el maltrato de la estatua más emblemática de Madrid en presencia de todos los medios de comunicación y ante las narices de las fuerzas del orden.

Es necesario poner coto a esta desmesura. Y no es cuestión de aguar la fiesta a los forofos, que están en su derecho de celebrar los triunfos de su equipo favorito; se trata simplemente de que lo hagan sin causar daño alguno a lo que es de todos. La calle no es sólo suya y sí lo son el estadio Santiago Bernabéu o el Calderón. Son esos grandes escenarios los espacios adecuados para dar rienda suelta a su algarabía, y allí los daños que puedan ocasionar no perjudican al resto de los ciudadanos.

Está bien que el Real Madrid se ofrezca a pagar la factura de los destrozos, pero, de ahora en adelante, lo que no tiene que haber es más destrozos.

Y, aunque nadie puede prohibir a la gente que vaya donde quiera cuando vence su equipo, es evidente que la fiesta estará donde acudan los grandes protagonistas del triunfo.

No más futbolistas pisoteando los monumentos de Madrid. Gamberradas, las justas.

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