La peregrinación urbana
Miles de sevillanos despiden a la Hermandad de Triana en su recorrido por las calles del barrio
La calle Evangelista, en pleno corazón del barrio sevillano de Triana, olía y sabía ayer temprano a alcohol, sudor y lágrimas. Pasadas las ocho de la mañana, unas 3.000 personas esperaban a que concluyera la misa de romeros para ponerse camino a El Rocío con la hermandad del barrio. Pepe Rosales, el alcalde carretas, encargado de dirigir la caravana, ultimaba con los boyeros el enganche de los bueyes a la carreta del simpecado. Los peregrinos más madrugadores iniciaban la fiesta a ritmo de aguardientes, café y tostadas y el calor, que empezó a apretar desde muy pronto, se alió con las estrecheces de la calle para colmar el ambiente de olor a humanidad.
Las lágrimas no se huelen, pero saben dulce. Dulcísimas, a felicidad, sabían las de las cinco o seis mujeres que, desconsoladas, con la respiración entrecortada, proclamaban con su llanto el orgullo de ir asidas a la carreta del simpecado. Otras, mayores, expertas en estas lides, se hacían hueco tras ellas con el hábil uso de sus codos. Cualquier cosa, empujones, malas caras, insultos, con tal de ir cerca de la Virgen. Curiosa devoción.
A las ocho y media, las campanas de la capilla de la calle Evangelista anunciaron la salida del simpecado. Un miembro de la Junta de Hermandad, tras colocar a la Virgen en su carreta, gritó con la voz rota por la emoción los primeros vivas. La banda de música redobló sus tambores y la comitiva echó a andar. Triana estaba en camino. Su camino 188.
La caravana se dirigió, reducida, sólo unos pocos caballistas y la carreta del simpecado, a saludar a la Hermandad de San Gonzalo, una novedad en la salida de este año que provocó cambios en el recorrido y la acumulación de un retraso de más de dos horas. Junto a la carreta fueron reuniéndose romeros y vecinos. Unos 5.000 cantaron las primeras salves, en las puertas de la hermandad del barrio León.
Cuando mediada la mañana, la comitiva, ya completa con varias decenas de caballistas y 34 carretas tiradas por bueyes, enfiló las calles San Jacinto y Castilla, hasta 15.000 personas asistían a su paso. Parecía una procesión de Semana Santa. Los sevillanos aprovecharon la festividad del día de ayer (san Fernando, patrón de la ciudad) para echarse a la calle y acompañar a la hermandad trianera en su recorrido por el barrio.
A mitad de la calle San Jacinto, pasada la capilla de La Estrella, a las doce del mediodía, de entre la muchedumbre surge un extranjero enjuto, barbudo y con aire intelectual.
Tom Lobe es un profesor universitario estadounidense que roza la cincuentena. Disfruta en Sevilla su año sabático, harto de dar clases de Ciencias Políticas, junto a su mujer y sus dos hijos, de nueve y cuatro años. Lobe sabe que sorprende a su interlocutor cuando afirma que conoce la romería ('yes, Triana brotherhood!') y que le encanta.
Lobe asegura que la gustaría ir a El Rocío y que piensa acompañar a la hermandad durante el primer día de camino. 'Sevilla es muy divertida', afirma, 'cada semana ocurre algo'. '¡Es una ciudad tan viva!', sentencia, confirmando que los visitantes siguen percibiendo la imagen tópica del folclore andaluz. En las aceras, el profesor estadounidense encuentra las pruebas. Los grupos de vecinos celebran uno de los días grandes del barrio bailando y cantando sevillanas mientras esperan el paso del simpecado.
Cuando dan las dos de la tarde, la caravana aún no ha superado su última visita protocolaria, la iglesia del Patrocinio y la Hermandad del Cachorro. No preocupa que la hora de comer se eche encima. El alcalde carretas recuerda que Triana no para a almorzar. Triana está almorzando desde las diez de la mañana, cuando los botellines de cerveza y las fiambreras con comida empezaron a correr de mano en mano.
Tras la última iglesia, en la salida hacia la autopista, espera el grueso de vehículos de la comitiva. Son 750 remolques, todoterrenos y carretas de lo más variopinto. Y más de 1.000 caballistas. La muchedumbre, las grandes cifras nunca abandonan a Triana. Cuando queden atrás los miles de sevillanos que despidieron ayer a la hermandad desde su propio barrio, seguirán junto a ella unas 5.000 personas más hasta El Rocío.
Al otro lado del río, a la espalda de Triana, Sevilla dormita, tranquila y en silencio, su día festivo. Mañana, sus calles vivirán la partida de la Hermandad de El Salvador. Cuando llegue el fin de semana, la ciudad vivirá algunos de sus días más tranquilos y apacibles del año.
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