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Zimerman cree que la calidad del sonido digital acabará con la música

El pianista polaco, que no graba un disco solo desde hace 11 años, no se resigna a los avances

Jesús Ruiz Mantilla

Es el pianista con todas las letras, el eterno insatisfecho, el maniaco de la perfección, el indomable, el imprevisible, el buscador de la calidad a toda costa, el obseso, el inconformista, el que no da propinas, el que ahora plantea la batalla contra las grabaciones digitales, la pesadilla de las discográficas, el último heredero de la casta de los grandes, de Horowitz, de Richter, de Rubinstein, que fue su mentor en los últimos años de su vida, el que pisa ahora la senda de Maurizio Pollini, el más grande artista ante las teclas hoy por hoy, para sentarse en su trono.

Krystian Zimerman acaba de pasar por Madrid, donde ha dado su visión heterodoxa y explosiva de las cosas de la música. En el Auditorio Nacional, después de escuchar la Sonata número 3 de Brahms, la gente se preguntaba si ya se le podía considerar el rey a este polaco, nacido en 1956, en Zabrze. Lo hizo con su piano, inseparable en su vida desde que en 1989 decidiera viajar con él a todas partes. 'Tengo la misma mujer desde hace 21 años, los mismos amigos, es algo psicológico. Cambiar sería como tener una amante en cada puerto; para mí no es excitante, sino peligroso'.

Igual que lo son para él los métodos de grabación digital, que le han alejado 11 años de los estudios con la única excepción de los dos conciertos de Chopin que interpreta con la Polish Festival Orchestra, a la que también dirigió. ¿Por qué? 'Porque se escucha más sonido y menos música. Es como si alguien va al Louvre, desnuda a la Mona Lisa y descubre que su ropa interior estaba sucia. No es justo, limpiar el sonido significa escuchar más imperfección de los objetos, del piano, todo eso distrae y quita la concentración en lo importante, que es la música', cuenta. 'Los avances nos matan', concluye.

No graba, pero tampoco busca el éxito fácil en sus actuaciones públicas. No da propinas. 'Es más fácil tener éxito si las das, ya lo sé, pero es una manera de protegerse contra la inseguridad'. Y saca otro símil: 'Es como si te compras un traje de Christian Dior y te regalan alfileres en la tienda. ¿Para qué?'.

Si por el hecho de viajar con piano propio y exigir horas de ensayo en cada sala, para adaptarlo a la acústica y al clima, le echas en cara ser un incansable perfeccionista, contesta: 'Es mi deber, no es perfeccionismo; si para dar un uno por ciento extra de calidad tengo que gastar diez veces más en preparar los recitales, lo gasto'. Y ese afán le llevó a organizar su gira mundial con la orquesta que formó él para hacer los conciertos de Chopin: 'Ha sido la experiencia más enriquecedora de mi vida musical, tener el control de todo, desde la selección de los músicos, 60, a la compra de instrumentos, la supervisión de los viajes, los hoteles, adonde enviábamos a alguien a dormir antes para ver si las almohadas servían, si no había ruidos, si la comida era buena. Sí, sí, usted se ríe, pero levántese con dolor de cuello y toque al día siguiente, no es perfeccionismo, es no comer pollo 30 días seguidos'. A continuación relata el plan de trabajo, con el que uno desiste en recordarle su obsesión por no cometer fallos: 'El primer día ensayamos 22 horas...'. Ustedes dirán.

Krystian Zimerman.
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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