Después del progreso
¿Qué queda después de la idea de progreso? ¿La meritocracia con igualdad de oportunidades? Al menos esa es la forma en que lo enfoca parte de la izquierda europea y Tony Blair en su actual campaña electoral. Demuestra la dificultad de trabar un discurso desde la izquierda con las categorías tradicionales. Aunque otros opinan lo contrario, para el escritor Philip Collins (Prospect, mayo de 2001) Blair, desde 1997, no ha tenido mucho éxito en la lucha contra la desigualdad, que debe ser una de las prioridades de la izquierda, pero, añade, 'la apertura de la economía y la sociedad al mérito y al talento es la agenda radical del segundo mandato' al que aspira el líder laborista británico. Blair ofrece importantes aumentos en los gastos en Educación, Sanidad y Policía, también porque son las preocupaciones mayores de los ciudadanos, todo sea dicho en esta mercadotecnia política.
Lo que propone Blair no es exactamente la 'igualdad de oportunidades' para todos, sino que 'nadie se quede atrás', lo que implica luchar contra la exclusión social y la pobreza. Y, además, avanzar en lo que el economista Amartya Sen llama la 'capacidad social', según la cual la igualdad y la desigualdad no se refieren sólo al acceso a bienes sociales y materiales, sino a la capacidad de cada uno de buscar libremente su propio bienestar, sazonado con una mayor responsabilidad cívica y personal. Es esta la dirección en la que avanza también el pensamiento de Anthony Giddens, uno de los padres intelectuales de la llamada Tercera Vía -más radical que la política aplicada por Blair- y que vuelve una y otra vez sobre la cuestión de la desigualdad, una cuestión que no se deja enterrar.
Es sabido que Isaiah Berlin consideraba que libertad e igualdad eran conceptos contradictorios. Sin embargo, para autores como Ronald Dworkin, como aparentemente para Giddens, que rechaza 'el igualitarismo a cualquier precio', la libertad es una condición de la igualdad, y ésta gira en torno a la autorrealización. No sólo se trata de desigualdades individuales, sino también sociales. Por ejemplo, en Europa ha crecido la igualdad social entre hombres y mujeres, y la política de cohesión económica y social en la UE ha tenido éxito en los últimos 10 años al acercar las rentas en las regiones más atrasadas, por lo que, reinventándola y adaptándola, habrá que darle continuidad en la UE ampliada. La socialdemocracia tradicionalmente, según Giddens, ha querido quitarle dinero a los ricos y dárselo a los pobres, pero, indica, ya no se puede aplicar tal fórmula. Y quizás por eso algunos, como el PSOE, piensan ahora en un tipo impositivo directo único, junto con una renta básica ciudadana (idea que se viene barajando desde hace años en la izquierda o por un ultraliberal como Milton Friedman). Giddens se muestra más partidario de desplazar el peso de los impuestos hacia el consumo, con un carácter progresivo, aunque sin explicar cómo.
El profesor Norman Birnbaum, en su exhaustivo libro sobre la 'Reforma social americana y socialismo europeo en el siglo XX', Después del progreso (After Progress, 2001), ve el socialismo en crisis porque se han roto la idea del progreso y la creencia de que se podía conocer el movimiento interno de la historia. Pero ya se sabe, la historia se reescribe, aunque sea, según se dice, con mentiras y estadísticas. A este respecto resulta interesante que la Oficina de Estadísticas Laborales de EE UU haya revisado a la baja los datos de inflación, y de rebote haya llegado a la conclusión de que, frente a lo que se decía anteriormente, entre 1977 y 1998, el 20% más pobre de la población no sólo no ha reducido sus ingresos familiares, sino que los ha aumentado (aunque mucho menos que el sector más afortunado), pues obliga a repensar algunos análisis recientes. La brecha se ha abierto por arriba, pero los de abajo también han prosperado. Lo que indica que con la bonanza pueden subir todos, aunque aumente la desigualdad. Lo peor es cuando la bonanza se frena.
aortega@elpais.es
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